Labores de excavación en la Sima de los Huesos. JAVIER
TRUEBA
Parece seguro ya, según la morfología y el ADN nuclear, que
la población de la Sima de los Huesos estaba, hace 430.000 años, en la senda de
los neandertales.
Hace todavía poco tiempo, en 2014, se dio a conocer en la
revista Nature el ADN humano más antiguo del mundo. Constituyó todo un hito en
la corta historia de las investigaciones en el campo de la paleogenética. El
fósil que proporcionó el ADN fue un fémur de hace 430.000 años de la Sima de
los Huesos, en la Sierra de Atapuerca (Burgos), y el laboratorio donde se
consiguió la proeza el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en
Leipzig. Paleontólogos de Atapuerca y genéticos del Max Planck firmaban el
trabajo.
En aquel estudio pionero se reconstruyó el genoma mitocondrial
casi completo de un individuo ensamblando segmentos increíblemente pequeños, en
el límite mismo de lo reconocible. Nadie había podido repetir la hazaña de
recuperar ADN humano tan antiguo hasta el día de hoy, en el que los mismos
protagonistas hacen públicas, otra vez en Nature, nuevas secuencias genéticas
de la población de la Sima de los Huesos.
Esta vez el estudio se ha centrado en el ADN nuclear. Hay
que distinguir entre estos dos tipos de ADN para interpretar los resultados. El
ADN mitocondrial se transmite por vía materna y se encuentra en unos orgánulos
llamados mitocondrias (las “centrales de energía” de la célula) situados fuera
del núcleo (en el citoplasma). El ADN nuclear es más fácil de entender: se
hereda por las dos líneas, materna y paterna, se encuentra en los cromosomas y
es el responsable de nuestras características de especie y, dentro de esta, de
los rasgos individuales.
Los resultados de uno y otro tipo de ADN han resultado ser
“aparentemente contradictorios” ; la realidad nunca es contradictoria, aunque a
veces nosotros no seamos capaces de descifrarla coherentemente. En la anterior
publicación se contaba que el ADN mitocondrial del fémur de la Sima de los
Huesos era del mismo tipo que el de los fósiles de la cueva Denisova, situada
nada menos que en Siberia, y que no estaba relacionado para nada con los
neandertales.
Pero en otro estudio de 2014, este publicado en la revista
Science, los paleontólogos de Atapuerca concluían que población de la Sima de
los Huesos sí estaba relacionada evolutivamente con los neandertales, a pesar
de que el ADN mitocondrial dijera lo contrario.
Ahora, un segundo fémur ha corroborado que el ADN
mitocondrial de la Sima de los Huesos se parece al de los denisovanos y no al
de los neandertales. Pero el ADN nuclear de ese mismo fémur y el de un diente
incisivo relacionan a la Sima de los Huesos con los neandertales, confirmando
los resultados obtenidos estudiando las características físicas de los fósiles.
¿Cómo se puede entender esta paradoja? Parece seguro ya, en
base a la morfología y el ADN nuclear, que la población de la Sima de los
Huesos estaba, hace 430.000 años, en la senda de los neandertales. Pero su ADN
mitocondrial, en cambio, no tenía nada que ver. Hacen falta más genomas
nucleares y mitocondriales de otros yacimientos de la época para resolver el
acertijo, aunque van a ser difíciles de conseguir (la conservación de los
fósiles de la Sima parece única). De momento, una explicación compatible con
los datos sería que el ADN mitocondrial de los neandertales vino de fuera y
quizás lo trajeran poblaciones africanas que llegaron a Europa en un tiempo
posterior al de la Sima.
El modo de tallar la piedra (la “cultura”) de las gentes de
la Sima de los Huesos era de tipo achelense (o Modo II). Es la tecnología de
las hachas de mano, como una que se encontró en la propia Sima con los
esqueletos humanos. Es posible que los inmigrantes africanos que introdujeron
en Europa el ADN mitocondrial de tipo neandertal también difundieran el tipo de
tecnología que sigue al achelense, el Modo III, que se conoce en Europa como
musteriense.
En todo caso, no dejemos que las disquisiciones técnicas nos
roben el asombro ante el descubrimiento del ADN de unos remotos antepasados de
los neandertales que pisaron la Tierra (nuestra tierra) hace más de 400.000
años.
Además, como llevamos alguna que otra gota de sangre
neandertal en nuestras venas, también podemos considerarlos antepasados
nuestros.
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