Nosotros, los seres humanos, somos los únicos entes de
toda la naturaleza que se preguntan por su origen, por su
evolución y por su destino, así como por el sentido
de su existencia. ¿Quiénes somos? Es decir:
¿En qué consiste ser humano? ¿De dónde
venimos? O sea: ¿Cuál fue la especie, y el
género, de homínido prehumano que ha dado lugar al
género humano? ¿Cómo ha evolucionado nuestro
género hasta llegar a nosotros? ¿Cuándo
apareció nuestra especie? ¿Dónde lo hizo y a
partir de qué especie humana surgió la nuestra?
¿Cuál es el origen de la conciencia humana moderna?
¿Apareció al mismo tiempo que la anatomía
humana moderna? ¿Somos un mono con suerte? ¿o somos
hijos de Dios? ¿Somos un animal más? ¿Estamos
hechos sólo de materia? ¿O tenemos un alma racional y
espiritual? ¿Con la muerte se aniquila, o nihiliza, todo el
individuo humano o acaso hay algo de nosotros que logra sobrevivir
a la muerte? ¿Cuál es el sentido de la existencia
humana? ¿Desaparecerá alguna vez la humanidad?
La capacidad de formularse preguntas como estas y la capacidad
para elaborar respuestas que sean racionales, que estén
debidamente argumentadas y que sean empíricamente
fundamentadas es, sin lugar a dudas, una de las
características que nos singulariza frente a todos los
animales, y nos convierte en únicos en toda la realidad
física.
Sobre la entrada del templo de Apolo en Delfos podía
leerse la inscripción: Conócete a ti mismo,
nosce te ipsum. El cumplimiento de este imperativo ha llevado a los
filósofos 1
(y a los teólogos) a reflexionar, durante 2500 años,
sobre la naturaleza humana. Pero... ¿Y la ciencia?
¿qué nos dice la ciencia sobre el origen y la
evolución del hombre? La Universidad de Navarra ha tenido la
gentileza de invitarme a hablarles precisamente sobre este tema: El
estado actual de los conocimientos científicos acerca de la
evolución humana, prestando especial atención a los
grandes descubrimientos que se han realizado recientemente.
Ahora bien, para poder entender mínimamente el valor y el
significado de estos descubrimientos tan importantes es necesario
ver, aunque sea muy brevemente, cómo ser fue gestando el
conocimiento científico sobre la evolución
humana.
1.- Los primeros descubrimientos.
1.1.- El Hombre de Neandertal.
Hace justo 150 años que se descubrieron los primeros
fósiles de humanos que acabarían siendo reconocidos
como no pertenecientes a nuestra especie. En efecto, en agosto de
1856 unos canteranos procedieron a la voladura de rocas calizas en
la cueva Feldhofer, muy cerca de Dusseldorf (Alemania), cuando
observaron que entre los restos estaba la parte superior de un
cráneo (la calota o calvaria), así como restos de
otras partes del esqueleto postcraneal. Los recogieron y se los
enseñaron a uno de los propietarios de la cantera, Wilhelm
Beckershoff; quien, pensando que podría tratarse de huesos
fosilizados de algún oso prehistórico se los
regaló a un profesor local de ciencias naturales: Johann
Karl Fuhlrott. Éste enseguida se dio cuenta de que eran
humanos. Fuhlrott decidió enseñar estos restos a un
reputado especialista: Hermann Schaaffhausen (profesor de
anatomía de la Universidad de Bonn). Schaaffhausen
afirmó que debían pertenecer a una de las razas
humanas más antiguas. Quizás pudo ser un
bárbaro que vivió en el norte de Alemania unos
cuantos miles de años atrás, antes de la llegada de
las tribus celtas y germanas.
Sin embargo, hoy sabemos que, de hecho, en 1829 se habían
descubierto varios restos humanos en la localidad belga de Engis.
Entre ellos había uno, Engis 2, que pertenecía a un
humano del mismo tipo del hallado en la cueva Feldhofer. En 1848,
en la cantera de Forbes, en Gibraltar, se encontraron más
fósiles con esta morfología tan peculiar; se trataba
de un cráneo de mujer 2. Pero, ni el ejemplar belga, ni el de
Forbes Quarry fueron reconocidos como humanos prehistóricos
distintos a nosotros. Es más, ni siquiera se publicaron
trabajos sobre ellos. Y, sin embargo, Engis 2 son los primeros
restos encontrados de humanos que no son de nuestra especie,
concretamente son los restos de un niño neandertal.
La idea de que la humanidad había sido creada
hacía poco más de 6000 años estaba fuertemente
arraigada en la mentalidad de la época, incluida la
comunidad científica. Pocos años después del
hallazgo de Engis, Boucher de Perthes, un inspector de aduanas
francés, descubrió en las terrazas de grava del
río Somme de piedras con formas muy curiosas.
Parecían hachas de mano. En 1858, dos años
después del descubrimiento de los restos humanos de
Feldhofer, se calculó que su antigüedad debía
tener unos 30.000 años. Por lo que cabía suponer que
la humanidad era más antigua de lo que se había
previsto. Hoy sabemos que son verdaderas hachas de mano y que su
tiene unos 400.000 años.
Sin embargo; el gran cambio conceptual se produjo al año
siguiente, cuando Charles Darwin publicó su célebre
obra: el origen de las especies. Uno de los grandes
méritos de su libro consistió en abrir el camino que
popularizaría y enraizaría (tanto en la comunidad
científica como en la sociedad) la idea de que las especies
actualmente vivientes existían gracias a que habían
evolucionado a partir de especies anteriores extintas; y a
éstas, a su vez, les habría sucedido el mismo
esquema. Así hasta llegar a un primer ser viviente que
sería el antepasado biológico común de todos
los vivientes posteriores incluidos nosotros.
Entre 1857 y 1858 quienes se fijaron en los huesos del
espécimen del valle de Neander interpretaron que eran de un
hombre de nuestra especie, pero con un aspecto
“peculiar”. A un anatomista alemán le
llamó la atención la forma arqueada de los
fémures y dedujo de ello que debió ser una persona
que pasó gran parte de su vida montado a caballo. De
ahí conjeturó que debió de tratarse de un
cosaco ruso que, tal vez, herido durante la persecución del
ejército napoleónico durante su retirada de Alemania
en el otoño e invierno de 1813-1814, se refugió en la
cueva donde acabaría falleciendo. Otro anatomista se
fijó en la robustez y rusticidad de la bóveda
craneana (que incluía una frente baja y huidiza, en claro
contraste con la nuestra: alta y vertical; así como unos
rebordes óseos supraorbitales exageradamente prominentes y
prácticamente ausentes en nuestra anatomía facial)
concluyendo que se trataba de un viejo holandés. Para otro
erudito era un alemán enfermo, que se había roto un
codo sin que llegara a curarse. Ambos datos eran ciertos; pero de
ahí concluyó que los fuertes dolores le obligaban a
fruncir el ceño constantemente y que su angustioso dolor
llegó a fosilizar, dando lugar a esos prominentes toros o
arcos supraorbitarios.
Ahora bien; tras la publicación de El origen de las
especies ya era concebible la idea de que existieran formas
humanas anteriores a la nuestra. Y, una vez que se tenía la
actitud intelectual ya sería posible identificarlas en el
registro fósil. Sin embargo, la tarea no resultaría
fácil. Prueba de ello era el caso de Thomas Huxley,
ferviente defensor de la teoría evolucionista de Darwin,
quien rechazó que los fósiles de Feldhofer fueran
ejemplares representativos de una especie humana anterior a
nosotros e intermedia entre los simios y los humanos actuales,
puesto que los encontraba más parecidos a aquéllos
que a éstos.
Williams King, profesor de anatomía en el Queen’s
College de Galway, en Irlanda, propuso por primera vez, en 1861,
que los fósiles de Feldhofer pertenecían a una
especie humana anterior a la nuestra y distinta de ella: el Hombre
de Neandertal (Homo neanderthalensis). La cuestión,
con dificultades, empezaba a encauzarse. Aunque costó
aceptar la propuesta de King, ésta acabó
imponiéndose, ya que en 1868 se encontraron más
restos humanos “antiguos”, tanto como los del valle de
Neander, aunque de aspecto mucho más moderno, tanto que eran
similares a nosotros. De modo que podía asegurarse que eran
antepasados directos nuestros y relegar a los neandertales a una
línea evolutiva lateral extinta. Esto permitía
renunciar al parentesco directo con los hombres de neandertal al
mismo tiempo que se conservaba la idea central de la teoría
de la evolución de Darwin según la cual los humanos
actuales descendíamos de antepasados extintos pero, eso
sí, en nuestro caso tenían que ser de aspecto esbelto
y señorial. Nacía la idea de que nuestros ancestros
directos eran los cromañones y no los neandertales. Tanto a
finales del siglo XIX como a principios del XX se fueron
encontrando más restos de neandertales y
cromañones.
1.2.- El hombre erguido sin habla.
En 1887 el médico holandés Eugen Dubois
(1858-1940) se dirigió a las Indias Orientales Holandesas
(la actual Indonesia) con la intención explícita de
encontrar allí al eslabón perdido entre los humanos y
los simios. Es curioso que un darwinista convencido, como era el
caso de Dubois, buscara en el sudeste asiático al missing
link, cuando resulta que Darwin vaticinó que el origen
del hombre debería estar en Africa, pues era allí
donde convivían los humanos con las morfologías
más parecidas: la de los grandes simios.
Después de cuatro años de búsqueda
infructuosa, en 1890 encontró una calota (la bóveda
craneal), y en agosto de 1891 un fémur y una muela. Con
estos ejemplares nombró una especie humana nueva a la que
bautizó con los nombres: Pithecanthropus erectus
(hombre-mono erguido) y Pithecanthropus alalus (hombre-mono
sin habla) 3. Como
es natural en ella, la comunidad científica se mostró
escéptica y expresó su reticencia a admitir el
estatus de espécimen intermedio entre los humanos y los
simios que Dubois le atribuía al Pithecanthropus. De
hecho el propio científico holandés acabó
renegando de su hallazgo. Hoy sabemos que estos restos humanos se
corresponden a Homo erectus, y que tiene una antigüedad
ligeramente superior al millón de años. Durante mucho
tiempo se pensó que estos humanos habían vivido desde
hacía poco más de un millón y medio de
años hasta hace unos 300.000 (Zoukoudian, en China). Pero
las nuevas dataciones ofrecidas por el equipo del
geocronólogo Carl Swisher, en la segunda mitad de los
noventa, insisten en que el grado erectus, pudo haber
ocupado un rango cronológico que iría desde hace
más de un millón setecientos mil años (1,7
Ma.) hasta unos 30.000 años (30 ky.).
En 1905 se encontró en Mauer (Alemania) cerca de
Heidelberg, una mandíbula que tenía casi 500.000
años de antigüedad y que era claramente humana. Era muy
robusta y se decidió asignarla a una especie humana nueva:
Homo heidelberguensis. Durante todo el siglo XX fueron
apareciendo más restos de esta especie: Bilzingsleben
(Alemania), Boxgrove (Inglaterra), Aragó (Francia),
Petralona (Grecia) o la Sima de los Huesos (en Atapuerca,
España), son algunos célebres ejemplos de yacimientos
que han dado restos humanos de esta especie. Destaca sobre manera
la Sima de los Huesos, por haber proporcionado casi 4000 restos
fósiles, entre los que se incluyen los tres cráneos
más completos del registro fósil mundial; una de las
tres pelvis más antiguas conservadas íntegramente,
además, en este yacimiento están representados
absolutamente todos los huesos del cuerpo humano. De momento se han
identificado un número mínimo (nmi) de 28 individuos,
de modo que se ha podido hacer un estudio comparado de una
población del Pleistoceno Medio.
1.3.- Los homínidos de África
del Sur.
En 1924 unos mineros le presentaron a Raimond Dart, un
anatomista australiano afincado en Sudáfrica, un fragmento
de roca que contenía el cráneo de un niño
hallado en la localidad sudafricana de Taung. Como era evidente que
pertenecía a un espécimen infantil de ahí que
pasara a ser conocido popularmente como: El “Niño de
Taung”. Dart se percató que no pertenecía a
ninguna especie humana, sino que era mucho más antiguo, y
acabó atribuyéndolo a: Australopithecus
africanus (literalmente: mono austral africano o mono de Africa
del Sur) 4. De su
análisis del cráneo dedujo, por la posición
del foramen mágnum, que se trataba de un ser bípedo.
El foramen mágnum es un orificio por el que se une el
cráneo con la columna vertebral y que en los seres
bípedos ocupa una posición más hacia la base
del cráneo, mientras que en los cuadrúpedos, al tener
la columna en posición horizontal, se sitúa
más hacia la parte posterior del cráneo.
En un principio Dart tuvo grandes problemas con la comunidad
científica que, en su casi totalidad, no aceptó sus
teorías básicamente por dos razones. Una era de orden
conceptual y estaba marcada por la reticencia connatural de la
comunidad científica a aceptar de entrada este tipo de
propuestas y por otra parte el panorama intelectual de la
evolución humana estaba dominado en esa época por el
paradigma propuesto por el Hombre de Piltdown: un cráneo
humano con mandíbula de simio. Como el ejemplar de Dart no
se adaptaba a ese esquema era rechazado. Además, por
increíble que pueda parecer, el papel de los prejuicios
también tenía su peso: ¿cómo aceptar
que el origen de la humanidad estaba en Africa y no en Europa? Y
por si todo esto era poco: hacían falta más
ejemplares. Estos no aparecieron hasta 1936 cuando Robert Broom
halló en la cueva de Sterkfontein, cerca de Johannesburgo,
más restos craneales de A. africanus. En 1947 se
descubren nuevos restos de africanus en Makapansgat.
Después de haber pasado por un duro ostracismo Dart quedaba
rehabilitado. En efecto, quienes habían sostenido que el
“Niño de Taung” era una forma aberrante de
primate tuvieron que rectificar y reconocer que se trataba de una
nueva especie. Algunos incluso admitieron que eran los precursores
del género humano. Además, en 1947 se
descubría que el Hombre de Piltdown no era más que un
fraude, una inmensa patraña.
Pero Broom no sólo encontró más
fósiles de africanus, sino que también
halló restos de una nueva especie de homínido:
Australopithecus robustus (aunque hay quienes lo engloban en
un género diferente: Paranthropus robustus,
término acuñado por Broom en 1938 tras hallar en
Kromdrai y Swartkrans restos de este tipo). El nombre
específico (robustus) despista un poco, pues de
cuello para abajo seria, más o menos, como un
chimpancé actual.
2.- La segunda generación.
2.1.- Los parántropos y los primeros
Homo.
A partir de finales de los años cincuenta del siglo
pasado los yacimientos tanzanos de Olduway acapararon la
atención del mundo. En efecto, en ellos se realizaron los
descubrimientos más importantes de aquella época.
Después de más de dos décadas de arduo, e
infructuoso trabajo, Louis y Mary Leakey encontraron en 1959 los
restos de un Paranthropus (literalmente: “al margen
del hombre”) boisei (nombre específico puesto
así en homenaje a su mecenas) 5 , cuya antigüedad fue datada en 1,8
Ma..
Pocos meses después (concretamente el dos de noviembre de
1960) la fortuna volvió a sonreír a los Leakey, pues
hallaron, también en Olduway, los restos fosilizados de la
especie humana más antigua encontrada hasta la fecha:
Homo habilis, con casi 2 Ma. Le llamaron así porque
sus restos aparecieron cerca de unas herramientas, ciertamente,
“rudimentarias”, no muy lejos de las cuales ya
habían aparecido antes los boisei, pero cuya
dificultad en la fabricación no casaba con el aspecto
arcaico de estos.
La década se caracterizo por un debate entorno al
auténtico estatus de habilis, pues no dejaba de ser
cierto que los pocos restos hallados de su esqueleto post craneal
recordaba al de los Australopithecus. Un debate que se
mantiene vivo en nuestros días.
En 1967 Yves Coppens y Camille Arambourg, encontraban en un
yacimiento del río Omo (en el sudoeste de Etiopía)
los primeros restos de una nueva especie de Paranthropus la
que llamaron: aethiopicus. Se trataba de una
mandíbula que tenía unos 2,6 Ma. Todos los
Paranthropus se caracterizan por tener una notoria cresta
sagital (una cresta ósea afilada situada en la parte
superior central del cráneo y que lo recorre desde la parte
anterior hasta la posterior, confiriendo al sujeto un cierto
aspecto punkie) cuya finalidad era la de servir de punto de anclaje
o inserción a una poderosa musculatura destinada a mover una
mandíbula notoriamente robusta que permitía masticar
alimentos muy abrasivos. Los Paranthropus también
comparten unos arcos zigomáticos (los huesos que forman los
pómulos) muy pronunciados, de tal suerte que hacían
que los pómulos sobresalieran mucho hacia el exterior de la
cara.
2.2.- Lucy. El homínido más
famoso.
En los 70 la estrella fue “Lucy”. Se trata de una
hembra de Australopithecus afarensis (así llamada por
haber sido encontrada, en 1974, en la localidad etíope de
Hadar, en el país de los Afar). Con sus 3,2 Ma. fue, en su
momento, el homínido más antiguo conocido, de
ahí que sus descubridores le llamaran la “madre de la
humanidad”. La reconstrucción de su cadera, así
como otros detalles (tales como la forma del cuello del
fémur o los huesos de los pies) permitió determinar
que ya era un ser claramente bípedo. La buena fortuna ha
querido que se pudiera encontrar más de la mitad de su
esqueleto. Un año más tarde se encontraron restos de
once afarensis más, grupo coloquialmente conocido
como: “la primera familia” 6. Lamentablemente la guerra que se
desató a partir de 1976 entre Somalia y Etiopía, y
que tuvo como escenario el desierto etíope de Ogadén,
cuyas estribaciones occidentales no están muy lejos de
Hadar, impidió que el equipo de investigación que
trabajaba en aquella zona (y que estaba dirigido por Donald
Johanson, Tim D. White e Yves Coppens) no pudiera volver a trabajar
hasta pasado un buen tiempo.
A finales de la década de los setenta el árbol
genealógico de la evolución humana era muy simple:
Australopithecus afarensis era el homínido más
antiguo que se conocía y habría dado lugar a
africanus por un lado (que habría generado a los
Paranthropus, una rama evolutiva extinta) y a Homo
habilis por otro; éste habría generado a Homo
erectus que habría dado lugar a los neandertales por un
lado (que se habrían extinguido sin dejar descendencia) y a
nosotros: los Homo sapiens. Y ya está. Esto era todo.
Así de sencillo. Pero la misteriosa trama de la
evolución human guardaba muchísimas sorpresas a los
investigadores. Sorpresas que no tardarían en ir
apareciendo.
Los ochenta vieron el resurgir del apellido Leakey. En efecto,
en agosto de 1984, hace por lo tanto 22 años, Kamoya Kimeu,
uno de los más famosos miembros de “la banda de los
homínidos”, encontró en Nariokotome (en la
orilla este del Lago Turkana, en Kenya) el esqueleto de un muchacho
que tenía 1,6 Ma. El llamado “Niño de
Nariokotome” o “Turkana Boy”, murió,
probablemente cuando tenía 11 años. En el momento de
su muerte ya medía más de un metro sesenta, y,
posiblemente, una vez hubiera completado su desarrollo
podría haber alcanzado el metro ochenta. Su esqueleto
muestra una anatomía grácil que recuerda a la
nuestra. ¿A qué especie asignarlo? Richard Leakey
decidió nombrarlo: Homo ergaster (que significa:
Hombre trabajador).
3.- La década de los noventa.
3.1.- En busca de las raíces.
Los noventa marcaron un nuevo impulso en los trabajos
paleoantropológicos. En efecto, la paz entre Etiopía
y Somalia permitió el regreso de los investigadores a
aquél país y los frutos no tardaron en aparecer. El
17 de diciembre de 1992 el equipo codirigido por Tim D. White (el
paleontólogo estrella de esta década gracias a sus
excepcionales descubrimientos) Gen Suwa y Berhane Asfaw,
encontró un diente de homínido en un yacimiento,
Aramis, del curso medio del río Awash en Etiopía.
Posteriormente hallaron medio centenar de fósiles de
homínido, pertenecientes a un número mínimo de
17 individuos, mezclados con 600 restos de otros animales. Como los
huesos de los homínidos presentaban numerosas fracturas cabe
suponer que fueron el festín de grandes
carnívoros.
Los restos tenían una antigüedad de 4,4 Ma. la
evidencia más antigua que se tenía de la existencia
de homínidos. Inicialmente se les asignó al clado
Australopithecus ramidus 7. Sin embargo presentaba un conjunto de
características: grandes caninos y un fino esmalte dental,
los homínidos tienen caninos pequeños y un esmalte
dental grueso, así como la forma del cráneo que les
asemejaban más a los chimpancés que a Lucy.
Esto hacía sospechar a los investigadores que no se trataba
de una simple especie más de australopiteco. Sin embargo no
parecía ser un antropoide. Como señaló Berhane
Asfaw, esta especie ya se había separado de los grandes
simios y había comenzado a evolucionar hacia lo que
serían los humanos. Por esto, en 1995 le cambiaron el nombre
y crearon un nuevo género para estos fósiles:
Ardipithecus ramidus. Ardipitecus significa “primate
del suelo” y ramidus “raíz”, resaltando
así que sus descubridores consideraban que se hallaba en la
base o raíz del árbol genealógico de los
homínidos.
Aunque hoy la zona del Awash es un lugar muy árido y
semidesértico, hace 4,4 Ma. era una zona boscosa. Si,
efectivamente, los ardipitecos eran homínidos
bípedos, entonces hay que replantearse todos nuestros
conocimientos y suposiciones hasta la fecha relativas al origen del
bipedismo. En efecto, tradicionalmente se venía sosteniendo
que el bipedismo, uno de los rasgos distintivos de los
homínidos, se habría generado en la sabana cuando la
selva tropical se hubiera retirado dando lugar a un paisaje de
sabana; o cuando las zonas boscosas subtropicales se hubieran
reducido generando los claros en un hábitat semiboscoso
dominado por la sabana, de modo que los primates que ocupan esos
hábitats debieron de haberse adaptado a las nuevas
circunstancias evolucionando hacía el bipedismo como medio
de locomoción para desplazarse entre los claros a fin de ir
de bosquecillo en bosquecillo. Junto al bipedismo habrían
retenido, aún, la habilidad para trepar a los
árboles, a fin de pernoctar en ellos buscando refugio frente
a los grandes depredadores. Sin embargo, si ramidus ya era
bípedo toda esta teoría sobre el origen del bipedismo
se viene abajo. Y todos los indicios parecen apuntar en una misma
dirección: la bipedestación surgió entre los
homínidos cuando estos todavía habitaban un medio
denso en árboles, de modo que el bipedalismo no fue una
respuesta adaptativa al surgimiento de la sabana pues ya
existía como medio eficaz de locomoción entre los
homínidos hasta casi tres millones de años antes de
que la sabana hiciera su aparición en las zonas
geográficas que ocupaban los homínidos.
3.2.- Abel. El australopiteco del
Chad.
El siguiente homínido que irrumpió en los noventa
fue Abel. Con 3,5 Ma. sorprendió a toda la comunidad
científica por tratarse de un ejemplar de
Australopithecus encontrado en la localidad chadiana de Bahr
el Ghazal. Por este motivo el director del equipo que lo
descubrió, Michel Brunet (director del laboratorio de
paleontología humana de la Universidad de Poitiers,
Francia), decidió englobarlo en un nuevo género de
australopitecino que llamó: Australopithecus
bahreghazali 8
. Abel fue hallado en 1995 y dado a conocer en 1996. Aunque
sólo se trata de una mandíbula que incluye siete
dientes y pese a que hay quienes no aceptan que se trate de una
especie propia de australopiteco sino que consideran que
debió ser una variante local de Australopithecus
afarensis, Abel presenta el dato sorprendente de haber sido
encontrado a 2400 km al oeste de las zonas habituales de
Etiopía y Kenya en las que venían hallándose
los ejemplares de australopiteco del Africa centro oriental. Tanto
si Abel es un bahrelghazali como si es un afarensis
su hallazgo demuestra que hace tres millones y medio de años
los australopitecos habían experimentado una
radiación, probablemente a partir de África centro
oriental, que les había llevado a superar la barrera
geográfica que representa el Valle del Rift y se
habían extendido, por lo menos, hasta los actuales
territorios del Chad. A raíz del hallazgo de Abel surgieron
dudas sobre hipótesis sobre el origen local de los
Australopithecus.
3.3.- El australopiteco del Lago
Turkana.
En 1995 se dio a conocer el descubrimiento de una nueva especie
de australopiteco: A. anamensis 9 que, con sus 4,2 Ma. de antigüedad es,
a día de hoy, el ejemplar más antiguo de este
género de homínidos. Sus restos fueron encontrados en
Kanapoi y Allia Bay, ambos a orillas del Lago Turkana. Allí,
el equipo dirigido por Meave Leakey (directora de la
división de paleontología de los Museos Nacionales de
Kenia, en Nairobi) y Allan Walker (profesor de antropología
y biología en la Universidad estatal de Pennsylvania, EEUU.)
encontrarían una mandíbula con claros rasgos arcaicos
que acerca a anamensis a los chimpancés, pues dicha
mandíbula tiene tendencia a parecer una U, como la de los
simios citados, mientras que la humana tiene forma de V.
Sin embargo, la tibia que se halló aleja a
anamensis de los chimpancés. En efecto, la tibia de
estos tiene una forma de “T”. En cambio la tibia de
anamensis, al igual que la de los humanos, se ensancha en la
parte superior del hueso a fin de albergar una mayor cantidad de
tejido esponjoso, cuya finalidad es absorber el esfuerzo del
desplazamiento bípedo. De hecho la tibia de anamensis
guarda una gran similitud con la de los afarensis,
sólo que es la friolera de un millón de años
más antigua.
El húmero de anamensis también presenta
rasgos muy modernos. Los grandes antropomorfos africanos (gorilas y
chimpancés) se desplazan mediante un tipo de
locomoción cuadrúpeda muy específica: apoyan
sus extremidades anteriores sobre las falanges intermedias de los
dedos (no sobre los nudillos, como suele decirse con cierta
frecuencia). Este manera de desplazarse recibe el nombre
técnico de “knuckle walking” y produce un efecto
muy singular en el húmero. En efecto, produce la
aparición de un hoyo oval en la parte inferior del
húmero, justo en el lugar en el que encaja el cúbito;
haciendo, de este modo, más firme la articulación con
el codo. Es evidente que los humanos, por no desplazarse
así, carecemos de dicho hoyo; pues bien, los
anamensis tampoco. Esto constituye una prueba más a
favor de que estos australopitecos ya eran unos bípedos
eficaces.
En 1998 se dieron a conocer más fósiles de
anamensis 10. Y este mismo año 2006 se ha
anunciado el descubrimiento de más ejemplares de esta
especie, con la peculiaridad de haber sido encontrados en
yacimientos etíopes y no keniatas, muy cerca de donde se
habían descubierto los restos de Ardipithecus.
Así, pues, volveremos a hablar más adelante de los
Australopithecus anamensis 11.
3.4.- Garhi: ¿La gran
sorpresa?
El último australopiteco que se ha incorporado, de
momento, a la familia de los homínidos es garhi. En
1997 el equipo de Tim D. White y Berhane Asfaw encontró (en
el yacimiento de Hata beds, en la localidad de Bouri) en el curso
medio del río Awash (cerca de donde fueron hallados los
restos de ramidus) un cráneo de 2,5 Ma. Su volumen
endocraneal es de 450 cc., nada mal para ser un australopitecino de
esa antigüedad. Sus dientes eran parecidos a los de los
primeros seres humanos, que tienen una edad similar, pero la mitad
inferior de su cara es prominente como la de los grandes simios,
guardando un gran parecido con la de afarensis. Su
cráneo es tan extraño que ha llevado a sus
descubridores a bautizar con el nombre de garhi a esta nueva
especie de australopiteco. Garhi significa
“sorpresa” en afar. El descubrimiento fue dado a
conocer en 1999 12.
Pero la sorpresa más grande de garhi es que
apareció relativamente cerca de unos restos fósiles
de caballo, antílopes y otros animales, que mostraban trazas
en sus huesos propias de las marcas que deja una herramienta
lítica cuando descarna el hueso. Una mandíbula de
antílope tiene unas marcas que sugiere que fueron hechas
cuando se le extrajo la lengua. Uno de los huesos de un
antílope fue abierto por los extremos probablemente con la
finalidad de extraerle el tuétano, una de las partes
más nutrientes. De confirmarse estos datos se
tratarían de pruebas de consumo de carne por parte de los
australopitecos. Pero, y esto es lo más importante,
también confirmaría que usaban herramientas de
piedra, y la pregunta lógica sería plantearse si
también las producían.
El descubrimiento de unos huesos de la pierna y otros del brazo
sugieren que garhi tenía las extremidades superiores
tan largas como las inferiores. Algo que contrasta tanto con los
humanos (que tienen más largas las inferiores) como con los
demás australopitecos (que tienen más largas las
superiores). Esto significaría que en la historia de la
evolución humana el alargamiento de las piernas
precedió al acortamiento de los brazos. Pero se ignora por
qué esto fue así. De todas formas aún se ha de
confirmar que los huesos de los brazos y las piernas a los que
hemos aludido pertenezcan incuestionablemente a garhi.
También está por confirmar que sean los primeros
en fabricar herramientas, puesto que podrían haber sido
hechas por Homo habilis u Homo rudolfensis.
3.5.- Homo antecesor y Homo
cepranensis.
Durante la década de los noventa en España se
produjeron descubrimientos muy importantes. Uno de los que merece
mayor atención es la propuesta de una nueva especie humana,
por parte del equipo de Atapuerca. En efecto: el 8 de julio de
1994, la paleontóloga Aurora Martín descubrió
un diente humano en el nivel TD 6 del yacimiento de la Gran Dolina
(desde entonces el lugar en el que apareció se llama Estrato
Aurora). El diente tenía una antigüedad que rondaba los
800.000 años y era, por entontes, el resto humano más
antiguo hallado en Europa. Aquella mañana, en medio de una
gran excitación, aparecieron más fósiles
humanos pertenecientes a un número mínimo de seis
individuos. Dos murieron con tres o cuatro años. Otro lo
hizo cuando tenía entre 9 y 11. Otro tendría unos 13
o 14 años cuando falleció y dos tenían menos
de 20 años en el momento de su óbito. Pero...
¿Cuál fue la causa de su muerte? Atapuerca guardaba
una gran sorpresa: las marcas de origen antrópico (es decir:
provocadas por otros humanos) que aparecían en sus huesos
sugerían que eran las víctimas de un holocausto
caníbal, el más antiguo conocido hasta la fecha.
¿Por qué se los comieron? ¿Lo hicieron por
motivos “religioso”, digamos que, por ejemplo, para
conservar en ellos a sus espíritus? ¿O más
bien se trató de un acto de antropofagia por pura y simple
hambruna? ¿O quizás fue por causas higiénicas,
tales como evitar la descomposición de los cadáveres
y de paso evitar que acudieran grandes predadores? Y...
¿Quiénes se los comieron? ¿Miembros de la
misma especie o humanos de una especie distinta? De momento no se
pueden responder a todas las preguntas, pero el hecho de que estos
huesos humanos fueran tratados del mismo modo que los demás
animales (de hecho aparecieron mezclados entre ellos) apunta a la
idea de que estos humanos fueron un alimento más en la dieta
de quienes se los comieron.
Los restos aparecidos en el nivel 6 de la Trinchera Dolina (TD)
han sido asignados a una nueva especie humana: Homo
antecesor 13
, cuyo origen estaría en África pues, siempre
según la teoría de sus descubridores,
procedería de allí al haber surgido a partir de
Homo ergaster (del que ya hemos hablado). Pero este punto,
clave en su genealogía, aún no ha sido confirmado
empíricamente con el hallazgo de restos de Homo
antecessor en Africa.
Lo que sí parece estar más sólidamente
fundamentado es que estos antecessor serían los
predecesores directos de los humanos hallados en la Sima de los
Huesos, a pocos metros de la Gran Dolina: los Homo
heidelberguensis; quienes, a su vez, habrían dado lugar
a los neandertales.
El mismo año en el que se descubría Homo
antecessor en España en Italia aparecía un
cráneo humano de entre 800.000 y 900.000 años, en la
provincia de Frosinone (89 km. al sudeste de Roma). El
descubrimiento se produjo durante unas obras en la carretera y el
trabajo científico corrió a cargo del
arqueólogo Italo Biddittu. La reconstrucción del
cráneo duró un año. En un principio se le
consideró un ejemplar de Homo erectus europeo,
posteriormente se planteó la posibilidad de que fuera un
antecesor; pero, finalmente, se le ha englobado en una
especie nueva: Homo cepranensis 14.
Como puede verse, a medida que se iban haciendo descubrimientos
se proponían nuevas especies. Esto ha sido una constante en
esta rama de la ciencia que ve como sus militantes se dividen entre
los partidarios de nombrar muchas especies y los que son más
bien del parecer de intentar hacer grupos más amplios que
incluyan distintas formas representativas de una amplia variedad
intraespecífica.
4.- Los últimos
descubrimientos.
Era totalmente necesario explicar brevemente cuáles
habían sido algunos de los grandes descubrimientos de la
paleontología humana para poder entender el valor y el
significado de los grandes descubrimientos que se ha realizado en
los últimos seis años.
Al comenzar el siglo XXI la situación era la
siguiente:
El homínido más antiguo era Ardipithecus
ramidus y tenía 4,4 Ma. (Etiopía), y sobre
él planeaba (y todavía lo hace) la incógnita
de si era bípedo o no. Después teníamos a
Australopithecus anamensis con 4,2 (Kenya) y la duda de si
era un descendiente de ramidus. Después venía
A. afarensis (Lucy) con una antigüedad comprendida
entre 3 y 3,9 Ma. Ignorándose su ascendencia y
afirmándose que había dado lugar a los A.
africanus por una parte 15 (y estos a los Paranthropus) y a
los Homo por otra. A su vez Homo contaba un dos
especies de protohumanos: habilis y rudolfensis que
habrían dado lugar a ergaster (el Homo erectus
africano) y erectus (la versión asiática de
ergaster). Heidelbergensis habría surgido de
erectus (o antecessor) y habría sido el
ancestro de neanderthalensis, que habrían acabado
extinguiéndose sin descendencia. Nosotros, los Homo
sapiens, habríamos surgido de alguna variante africana
de erectus (por ejemplo Homo rhodesiensis, del que no
hemos hablado aquí, y que está representado por el
cráneo de Kabwe, la antigua Broken Hill, en Zambia).
Este era, grosso modo, el panorama a finales del siglo pasado.
Pero a comienzos de éste ha habido cambios substanciales y
descubrimientos realmente asombrosos. Tanto por el número
como por su significado y trascendencia.
En efecto, en tan sólo seis años se han hecho
tantos grandes descubrimientos en el terreno de la evolución
humana como en los 146 años anteriores. Y la importancia de
los mismos es comparable a la que han tenido los que hemos descrito
en las páginas anteriores.
Hasta ahora hemos venido exponiendo de una forma sucinta los
grandes hitos de la evolución humana para poder tener una
idea de cuál es el contexto en el que se enmarcan los
grandes descubrimientos que se han realizado recientemente. Pero
hemos hecho la exposición eludiendo los datos
técnicos, pues sólo era cuestión de tener una
idea aproximada de cómo se había ido elaborando en el
tiempo el conocimiento de nuestros antepasados. A partir de ahora
sí vamos a prestar un poco más de atención a
esos datos técnicos.
4.1- El hombre del milenio.
En octubre del año 2000 el equipo dirigido por Martin
Pickford (del Departamento de Paleontología y Prehistoria
del College de France, París), Brigitte Senut (del
Muséum National d’Histoire Naturalle de París)
y Eustace Gitonga (Director del Community Museums of Kenya, CMK,
una ONG fundada en 1997) estaba trabajando en las colinas de Tugen
(Tugen Hills), en la región de Baringo, en Kenya. No
buscaban allí por casualidad. En efecto. Se trataba de
sedimentos que tenían seis millones de años de
antigüedad más o menos la fecha en torno a la
cuál debió producirse la separación entre los
linajes que conducirían a los chimpancés por un lado
y a los homínidos por otro, de modo que entre esos
sedimentos podría encontrarse algún resto de uno de
los primeros homínidos. Pero... ¿qué es lo que
les hacía pensar a los directores del equipo que ahí
podría haber fósiles de los primeros
homínidos? La respuesta es muy simple. Un jovencísimo
Martín Pickford había encontrado allí mismo,
en el yacimiento de Cheboit, en las Tugen Hills, un molar de
homínido... 26 años antes ¡en 1974!
Diversos avatares que no vienen la caso 16 impidieron que Pickford pudiera
volver a trabajar allí hasta el otoño del año
2000. El trece de octubre de ese año la fortuna le
sonreía al equipo. Uno de sus miembros, Evalyne Kiptalan
descubría una falange de la mano en el yacimiento de
Kapcheberek. Hubo que esperar hasta el mes siguiente para que
aparecieran unos cuantos fósiles más. El día
cuatro de noviembre el propio Pickford descubría un
fragmento de fémur en el yacimiento de Kapsomin. Al
día siguiente, y en el mismo yacimiento, Senut encontraba
una diáfasis humeral derecha y Dominique Gommery otro
fragmento de fémur proximal. Durante el resto del mes fueron
apareciendo más fósiles. En total son catorce piezas
que representan un número mínimo de seis individuos,
ignorándose si se trataban de machos o hembras. Lo que
sí se sabe es que uno de ellos debía de ser un
niño muy pequeño, puesto que se ha hallado un diente
de leche. Otro individuo debía de medir alrededor de un
metro y cuarenta centímetros, pesando unos cincuenta
kilogramos.
Como fue descubierto justo antes del cambio del milenio sus
descubridores decidieron llamarle: Millenium man y
también Millenium ancestor (ancestro del milenio).
Sin embargo en febrero del 2001, cuando se presentó el
resultado oficial del estudio de dichos restos 17 decidieron cambiar el
nombre de este espécimen por el de: Orrorin
tugenensis. El nombre genérico, Orrorin,
significa, en lengua tugen, “Hombre original”; por su
parte el nombre específico, tugenensis hace
referencia al lugar donde se han encontrado sus restos: las Colinas
de Tugen.
Estos fósiles tienen casi 6 Ma. (dato al que han llegado
por separado dos equipos independientes de geólogos) y fue
presentado en sociedad a través de una rueda de prensa en
Nairobi a principios de diciembre, es decir: pocos días
después del descubrimiento de los últimos restos y
sin el tiempo para hacer un estudio técnico adecuado. Esto
les valió algunas críticas, pero Senut
justificó esta precipitación aduciendo presiones del
entonces Presidente de Kenia, Daniel Arap Moi. Como es
lógico, esta premura acrecentó aún más
el escepticismo connatural que experimenta la comunidad
científica ante el anuncio de hipótesis tan
espectaculares como las que proponen los descubridores de
Orrorin. Según ellos su posición en el
árbol genealógico de los homínidos
estaría en la base, pues se trataría del antecesor, y
último ancestro común, de todos ellos; dando,
así, lugar a los diversos géneros y especies de
homínidos.
En efecto. Sus descubridores afirman que Orrorin ya era
un ser bípedo con unos rasgos más humanos que los de
los australopitecos. Por ejemplo, los dientes de Orrorin
presentan la peculiaridad de ser pequeños, lo que se
interpreta como un rasgo moderno, pero con un esmalte grueso y
situados en una mandíbula fuerte, algo que representa
caracteres arcaicos. El análisis de dichos dientes revela
que la dieta de Orrorin era básicamente
frugívora, aunque se supone que ocasionalmente debía
de ingerir carne.
La cuestión más conflictiva la representa el
supuesto bipedismo de Orrorin. Que la bipedia era uno de los
medios de locomoción de los especímenes de Lukeino es
algo que deducen sus descubridores a partir del estudio de la
estructura de los fragmentos de fémur hallados. Según
los investigadores, su bipedismo debía ser, al menos, tan
eficaz como el de “Lucy”. Ahora bien, a estos
fémures les falta la parte que corresponde a la
articulación de la rodilla, sin ella resultará
difícil demostrar irrefutablemente su bipedia, aportando
como prueba exclusiva la anatomía del fémur. Uno de
los fragmentos de fémur presenta dos marcas que muy bien
podrían corresponder a las producidas por los caninos de un
gran depredador; esto hace suponer que el tugenensis en
cuestión pudo haber sido cazado y devorado por un gran
felino.
Independientemente de sí Orrorin era bípedo
o no, lo que sí parece seguro es que conservaba la habilidad
para trepar a los árboles, las pequeñas falanges de
las manos y la rectitud lateral del húmero así lo
sugieren. Es posible que por las noches durmieran en los
árboles para protegerse de sus depredadores. Lo que no
parece probable es que se desplazaran por los árboles
balanceándose de rama en rama (braquiación), tal como
lo hacen actualmente los orangutanes.
Pero la polémica relacionada con Orrorin no
sólo hace referencia a su supuesto bipedismo, sino que
también se extiende a la posición que ocupa en el
árbol genealógico de los homínidos propuesto
por Pickford y Senut; polémica que se ve acrecentada por la
forma que dichos científicos atribuyen a este árbol.
Para estos investigadores franceses la filogenia de la familia
homínida sería la siguiente: a partir de
Samburupithecus (un hominoideo del Mioceno Superior que
podría tener entre 10 y 9 Ma., y cuyos restos fueron
hallados en el yacimiento de Samburu Hills, no muy lejos de donde
se han encontrado los de Orrorin 18 ) hace entre 9 y 8 Ma. pudo surgir
una línea evolutiva de la cual se separaría el linaje
que daría lugar a los Ardipithecus por un lado y a
los homínidos por otros; con lo que Pickford y Senut
descartan que los ardipitecinos estén comprometidos en el
linaje de los homínidos, estos más bien
habrían dado lugar al género Pan (el que
engloba a las dos especies de chimpancés actualmente
existentes: Pan paniscus —bonobos— y Pan
troglodytes —chimpancé común—). Hace entre 8
y 7 Ma. los Australopithecus también se
habrían separado del linaje evolutivo que daría lugar
a los homínidos (algo que revoluciona totalmente el
árbol genealógico de estos). Orrorin
sería el primer género de homínidos que, a
través de los Praeanthropus 19 daría lugar al género
Homo. Esta genealogía choca frontalmente con todas
las propuestas hasta la fecha, reavivando la vieja y recurrente
polémica en torno a la forma del árbol
genealógico de los homínidos.
Los partidarios de considerar a Ardipithecus como el
primer homínido sostienen que no está suficientemente
demostrado que Orrorin sea un homínido, afirmando que
podría tratarse de uno de los últimos hominoideos del
Mioceno o incluso pudiera ser el último antepasado
común a homínidos y antropomorfos.
¿Cuál es el auténtico estatus de
Orrorin? De momento tal vez sea demasiado pronto para
determinarlo, pero muy bien pudiéramos estas sino ante el
primer homínido al menos sí ante uno de los primeros
20.
4.2- Los ardipitecos más
antiguos.
Pocos meses después del anuncio del descubrimiento de
Orrorin tugenensis, Yohannes Haile-Selassié daba a
conocer 21 el
descubrimiento de nuevos restos fósiles asignables al
género Ardipithecus. Estos fósiles incluyen
una mandíbula con dientes, huesos de la mano y el pie,
fragmentos del brazo y parte de la mandíbula, pertenecientes
a un nmi 5. El tamaño del maxilar inferior y el de algunos
huesos sugiere que su estatura debía ser como la de un
chimpancé actual. En primer lugar se asignaron a una
subespecie de ardipiteco: Ardipithecus ramidus kadabba (esto
significa que los restos de ardipiteco de 4,4 Ma. hallados en los
noventa y de los que hablamos antes, deberían ser englobados
en la subespecie: Ardipithecus ramidus ramidus), afirmando
que tienen una antigüedad comprendida entre 5,2 y 5,8 Ma. Esta
última cifra acerca a ramidus kadabba a una
antigüedad muy próxima a la de Orrorin
(recordemos que la antigüedad de los restos de este
género de homínido está comprendida entre los
5,8 Ma. y los 6 Ma.) Este dato, relacionándolo con otro
relativo a la dentición será muy interesante para
aventurar una hipótesis que comentaremos más
adelante: que, en opinión del equipo liderado por Tim D.
White. Orrorin, Ardipithecus y Sahelanthropus
podrían ser miembros del mismo género.
La persistencia de rasgos arcaicos en la dentición y la
parte posterior del cráneo indican que ramidus estuvo
filogenéticamente cerca del antepasado común a
homínidos y chimpancés. Kadabba en lengua Afar
significa: “Ancestro familiar basal” y, por
consiguiente, hace referencia al convencimiento que tienen sus
descubridores de que los ardipitecos se hallan en la base del
árbol genealógico de los humanos.
Tres años más tarde, en el 2004 se publicó
un nuevo estudio 22 que incluía la presentación
de más fósiles (esta vez procedentes del yacimiento
de Asa Koma3) y concluía con la necesidad de elevar a rango
de especie propia a los restos de A. r. kadabba. De este
modo ahora se ha de distinguir entre: Ardipithecus ramidus y
Ardipithecus kadabba.
Entre los fósiles encontrados de A. kadabba se
incluye una falange del pie. Como tiene la articulación
proximal con una orientación muy similar a la de los humanos
se infiere que su locomoción debió ser bípeda.
“Sin embargo, una única falange no es una prueba
concluyente sobre el modo de locomoción de ninguna especie y
debemos esperar la publicación de nuevos fósiles para
conocer si Ardipithecus era bípedo o no”
23. Cuando en
julio de 2001 se publicó el descubrimientos de los
fósiles de kadabba se estaba en pleno debate sobre el
estatus de homínido y sobre la bipedia de Orrorin.
Todavía no se tiene la certeza absoluta de que
Orrorin fuera un bípedo eficaz y como todavía
no se han publicado los resultados definitivos sobre la
anatomía de ramidus aún sigue en pie la
incertidumbre sobre si era ya un ser bípedo o no. En el caso
de que se demostrara que ramidus ya era bípedo,
resultaría que la bipedestación habría
comenzado en un ambiente boscoso y no en la sabana, como se
venía creyendo hasta no hace mucho. El entorno en el que se
movía Orrorin, de quien sus descubridores
también dicen que era bípedo, era también
boscoso, y bosque abierto era también el hábitat que
ocupaba Sahelanthropus, el más antiguo de los
candidatos a primer homínido y que veremos a
continuación.
4.3.- Toumaï: ¿El homínido
más antiguo?
En julio del 2002, justo un años después del
anuncio del descubrimiento de más restos fosilizados de
Ardipithecus, Michel Brunet (el descubridor de
Australopithecus bahreghazali) junto a sus colaboradores de
la Mission Paleoanthroplogique Franco-Tchadienne (MPFT), anunciaba
24 el
descubrimiento de unos restos fósiles que podían
tener una antigüedad cercana a los 7 ma. Sus descubridores los
atribuían a un nuevo género y a una nueva especie de
homínidos: Sahelanthropus tchadensis; el nombre
genérico hace referencia a la región africana de
Sahel, que bordea el Sahara meridional, y en cuyo lugar se han
encontrado los fósiles. El nombre específico es un
tributo al país en el que se han hallado.
Si se confirman estos datos (la antigüedad y el estatus de
homínido de Sahelanthropus) estaríamos ante
los restos fósiles más antiguos de la familia
homínida; adentrándonos, por fin, en uno de los
momentos más importantes de la historia de la
evolución humana: el periodo de la divergencia de los
chimpancés y los homínidos de su tronco
común.
Los hallazgos se efectuaron en julio del 2001 y consisten en un
cráneo casi completo, dos fragmentos de mandíbulas y
tres dientes. Se cree que estos restos corresponden a un nmi. 5 (un
número mínimo de cinco individuos).
Sin embargo, la datación de estos fósiles resulta
todavía controvertida 25. Dicha datación se ha realizado
mediante la técnica de comparación de la fauna del
área fosilífera de Toros-Menalla, en el desierto de
Djurab, al norte de Chad, con otros yacimientos que poseen una
fauna similar. La comparación de las faunas hace suponer que
los fósiles de Toros-Menalla pueden tener una
antigüedad comprendida entre los 6 y los 7 ma.
El cráneo representa el holotipo (espécimen o
ejemplar paradigmático) de esta especie y se conserva en
bastante buen estado, aunque su parte derecha se halla casi
totalmente aplastada. Lo sorprendente de este cráneo es que
su parte posterior recuerda a la de un chimpancé, pero su
parte anterior se asemeja al rostro de un homínido de unos 2
Ma. Por otra parte sus dientes son pequeños, y aunque sus
caninos son más primitivos que los de Ardipithecus,
sería un dato que, en principio, parece reforzar la
relación entre tchadensis con el linaje humano. En
cualquier caso Toumaï presenta, en opinión de Chris
Stringer, una combinación de rasgos “no vista en
ningún simio fósil [ni] en los homínidos
posteriores” 26
Sus descubridores han decidido bautizar a este cráneo con
el nombre de: Toumaï, que en la lengua gorán significa:
“Esperanza de vida” y hace referencia a los
bebés nacidos justo antes de la estación seca. La
nomenclatura técnica con la que se identifica este
cráneo es: TM 266-01-060-1, siglas que indican que se trata
del fósil número 266 de Toros-Menalla). El volumen
endocraneal de Toumaï, y por extensión de los
Sahelanthropus, se calcula que debe oscilar entre los 320 y
los 380 cc.; similar, pues, al de los actuales chimpancés.
Empero, los investigadores afirman, que el aspecto global de la
morfología de Toumaï no se asemejaría ni al de
los chimpancés, ni al de los gorilas, ni al de ninguno de
los homínidos conocidos hasta la fecha.
Para poder clasificar a Toumaï dentro de la familia
homínida resulta de importancia capital el poder determinar
si ya era bípedo. Como no se han encontrado huesos de
ninguna de las partes del cuerpo que pueda dar pistas claras (pies,
manos, brazos, piernas o cadera), resulta imposible poder afirmar
la bipedia de Sahelanthropus. Para colmo, la posición
del foramen magnum (orificio en el cual se produce la
inserción de la espina dorsal en el cráneo, que en
los seres bípedos se halla en el basicráneo y en los
cuadrúpedos en la parte posterior del cráneo) no
despeja las incógnitas. Empero, sus descubridores no
descartan que tchadensis ya fuera un ser bípedo.
Si se llega a confirmar que Toumaï ya caminaba sobre dos
piernas, entonces se podría afirmar que: “la
divergencia entre el linaje de los humanos y el de los
chimpancés se realizó más pronto de lo que
indican la mayoría de los estudios de biología
molecular” 27. La conclusión que extraen al
respecto sus descubridores es que: “Sahelanthropus es
el miembro más antiguo y primitivo del clado
homínido, cercano al momento de divergencia de los
homínidos y chimpancés” 28.
Sin embargo, no todo el mundo acepta que Toumaï
represente inequívocamente a un homínido. A este
respecto las opiniones están divididas. De momento se han
pronunciado en contra de este dato Milford Wolpoff, Brigitte Senut
y Martin Pickford. Según ellos 29 el cráneo TM 266 se parece
más al de una hembra de gorila que al de un humano 30. Brunet replica a
estos autores en un texto publicado en Nature justo a
continuación del anteriormente citado 31. Según el
paleoantropólogo francés es lógico que
Toumaï presente caracteres arcaicos y simiescos, no en vano
estaríamos hablando del homínido más antiguo
encontrado hasta la fecha.
Homínidos de 7 Ma. en África central. Esto ha
llevado al equipo de Brunet a cuestionar el paradigma sostenido por
la mayoría de los miembros de la comunidad científica
relacionado con el origen de los homínidos y conocido como:
“Hipótesis East Side Story”. Dicho paradigma,
propuesto por el paleoantropólogo francés Yves
Coppens, postula que los homínidos se habrían
originado al este del Valle del Rift, muy posiblemente en
África centro oriental, pero, en cualquier caso, a unos 2500
km. al este del lugar en donde se han hallado los restos de
Sahelanthropus. Para el equipo de Brunet, esta
localización representa una seria objeción a la
hipótesis East Side Story, cuestionando su postulado
básico y “sugiere que un origen de la familia
homínida exclusivamente este africano es algo
improbable” 32.
Para destacar la importancia del descubrimiento de Toumaï,
Daniel Lieberman (de la Universidad de Harvard) ha afirmado que en
el campo de la paleontología humana: “tendría
un impacto similar al de una pequeña bomba nuclear”
33. Por su parte
Bernard Wood (del Departamento de Antropología de la
Universidad de George Washington) afirma que: “estamos
reuniendo evidencias que indican que nuestros orígenes son
mucho más complejos y difíciles de trazar que
cualquier otro grupo de organismos” 34. Y aunque reconoce que:
“Sahelanthropus tchadensis es un candidato a la
raíz de los homínidos”, también afirma
que “desde mi punto de vista es imposible demostrarlo. Mi
opinión es que S. tchadensis es la punta del iceberg
que representa la diversidad taxonómica que se produjo
durante la evolución humana comprendida entre los 5 y los 7
ma.” 35.
Para acabar de complicar la polémica Tim D. White sostiene
que los fósiles atribuidos a Sahelanthropus,
así como los de Orrorin, tal vez pudieran pertenecer
a Ardipithecus. Como puede apreciarse, un mismo hecho es
interpretado de distintas maneras. Mientras Lieberman está
convencido de que Toumaï es un homínido, Wood lo duda y
White, llevando el agua a su molino, sostiene que pudiera ser un
ardipiteco. Ante este alubión de informaciones
contradictorias dictadas por auténticas eminencias en la
materia se impone la prudencia a la hora de pronunciarse sobre unos
especímenes tan interesantes como estos, en espera del
descubrimiento de nuevos fósiles que puedan despejar un poco
más el panorama.
¿fCuál es la conclusión que podemos sacar
en relación a los hallazgos que se han realizado durante los
últimos años referentes a los primeros
homínidos? En primer lugar hay que destacar un hecho muy
importante: “Estos tres taxones, todos de más de 5
millones de años, se han asignado a tres géneros
diferentes, aunque cada uno se base en material incompleto que no
permite la comparación. Cuando se dispone de partes iguales,
como los caninos y los molares, son similares entre ellos, lo que
indica que, de hecho, podrían ser la misma cosa, pero las
pruebas no nos dicen con quién podrían estar
emparentados, si con los simios o con los humanos. La
retención de caracteres primitivos, como la afilación
del tercer premolar, no indica afinidad con los simios por
sí miso, pero tampoco las escasas pruebas del bipedalismo
indican afinidad con los humanos. La solución está
aún por llegar” 36.
¿fCuál de los tres ejemplares descubiertos
recientemente fue el primer homínido? No lo sabemos con
certeza. Para unos el mejor candidato es Ardipithecus
37 , para otros
lo es Orrorin 38. Para otros, como es el caso del
prestigioso, Tim D. White las similitudes entre los escasos restos
que coinciden sería un indicio que revelaría que los
tres pertenecen al mismo género, que él identifica
con Ardipithecus. Ciertamente estamos ante un momento
excitante de la evolución humana: el del origen de nuestra
familia. Pero con los datos actualmente existentes todavía
no se puede efectuar un veredicto definitivo sobre quién fue
el miembro fundador de la familia homínida, el primero de
una saga que acabaría dando origen a nuestra propia
especie.
¿fFuturos descubrimientos lograran desvelar este
misterio? Hay quienes creen que sí. Según este
parecer nuevos fósiles resolverían la cuestión
definitivamente. Pero otros especialistas no opinan igual y creen
que nuestra ignorancia sobre quién fue el primer
homínido y, por tanto, el miembro fundador de nuestra
familia biológica, no es una ignorancia puramente coyuntural
que se resolverá con el descubrimiento de nuevos
fósiles, sino que consideran que es una ignorancia
estructural. Nos explicaremos.
Quienes son de este parecer aducen que: “si el hombre y
los monos antropomorfos africanos tienen un antepasado
común, es evidente que cuanto más cerca se
esté del tronco más difícil resulta aislar los
caracteres simiescos de los humanos. De ahí este intenso
debate científico” 39. De este modo: “cuanto más
nos acerquemos a la divergencia o al antepasado común,
más indiferenciados son los caracteres y más
difícil es decidirse a favor de uno u otro linaje. De hecho,
no existe un carácter mágico que permita tomar una
decisión... La historia de la aparición del hombre
sigue siendo una historia fragmentaria, con sus escasas certezas
(los fósiles) y sus frágiles convicciones (las
teorías)” 40.
Así pues, no son pocas las dificultades con las que se
han de encontrar quienes pretendan determinar cuál fue el
miembro fundador de nuestro linaje evolutivo. Es por esto que hay
quien ha descrito muy gráficamente lo compleja que resulta
esta cuestión al afirmar que: “los investigadores que
traten de arrojar alguna luz sobre esta oscura etapa de la
evolución de los homínidos se encuentran como en la
fábula de los ciegos que tratan de definir la forma de un
elefante, cada uno de ellos palpando una parte diferente del animal
(trompa, pata, oreja...) y trazándose así una imagen
completamente distinta en cada caso. En definitiva, un buen puzzle
que tal vez refleje la propia complejidad de la evolución
humana en el punto álgido de la bifurcación entre
gorilas, chimpancés y homínidos bípedos”
41.
4.4.- Kenyanthropus platyops: El
aguafiestas.
Al igual que Sahelanthropus, Orrorin o
Ardipithecus (tanto ramidus como kadabba)
Kenyanthropus platyops es uno de los descubrimientos
estrella realizados en los últimos años 42.
En marzo de 2001 la prestigiosa paleoantropóloga Meave
Leakey (directora de la división de paleontología de
los Museos nacionales de Kenia en Nairobi) presentaba junto a Fred
Spoor (del Departamento de Anatomía y desarrollo
biológico del University College of London) los
fósiles pertenecientes a un nuevo género y a una
nueva especie de homínidos: Kenyanthropus platyops
43 (que
literalmente significa: “Hombre keniata de cara
plana”). El nombre genérico: Kenyanthropus, es
un tributo de reconocimiento a la importancia del papel que ha
jugado Kenia en la comprensión de la evolución humana
gracias a las numerosas especies y géneros de
homínidos y hominoideos descubiertos en este país. El
nombre específico: platyops procede de dos palabras
griegas: platus y opsis que significan,
respectivamente, plano y cara, haciendo referencia a una de las
características principales de este cráneo: una cara
aplanada. El nombre genérico induce un tanto a error porque
los propios autores reconocen que no se trata de un miembro del
género Homo (el que incluye a todas las especies
humanas), ni tampoco coincide con la morfología de los
australopitecos. Así que se vieron abocados a tener que
crear un nuevo género. Descartada la hipótesis de que
sea un antepasado directo del hombre, se piensa que se trata de una
rama lateral (con relación a los humanos, claro está)
extinta del árbol genealógico de los
homínidos.
El holotipo es un cráneo catalogado bajo las siglas:
KNM-WT 40000 44.
El cráneo fue hallado por Justus Erus en la Formación
Nachukui, a orillas del río Lomekwi (Kenia noroccidental).
Entre 1998 y 1999 se recuperaron numerosos fósiles
pertenecientes a 30 individuos, con una antigüedad que
oscilaría entre 3,2 y 3,5 ma.; es decir, eran
contemporáneos de Lucy. Sin duda el descubrimiento de
Kenyanthropus da que hablar, entre otras razones por los
retoques del árbol genealógico que proponen sus
descubridores. De momento sugieren que Homo rudolfensis,
considerado hasta ahora uno de los primeros seres humanos, pase a
ser catalogado como una especie de este nuevo género. Como
era de prever se trata de una propuesta que, al menos inicialmente,
no ha sido bien acogida por la mayoría de la comunidad
científica. No resulta fácil de aceptar que alguien
que ha sido considerado un ser humano durante décadas vaya a
parar a un género de homínidos no humanos.
4.5.- Homo georgicus. La sorpresa
caucasiana.
Como ya vimos anteriormente, al hablar de Eugen Dubois, durante
el último cuarto del siglo XIX se pensaba que el origen de
la humanidad podía estar en Asia. El descubrimiento del
Pithecanthropus erectus parecía corroborarlo. Pero, a
partir de la segunda mitad del siglo XX estaba claro que Africa
parecía ser la cuna de la humanidad. De allí
procedían los australopitecos y los parántropos,
así como los primeros humanos. De este modo se fue gestando
la idea de que los ejemplares de Java eran los descendientes de
unos Homo erectus que debieron de abandonar África
hace poco más de un millón y medio de años
pertrechados de una tecnología suficientemente avanzada como
para poder permitir la supervivencia durante la travesía que
separa África de Indonesia y dotados de unos cerebros
grandes que debían cubicar en torno a los 1000 cc. El
yacimiento de Tel Ubeidiya, en Israel, testifica que los humanos
pasaron por allí hace un millón cuatrocientos mil
años. Sin embargo un yacimiento caucasiano iba a hacer
tambalear, muy lentamente eso sí, todas las ideas
clásicas sobre el primer éxodo humano fuera de
Africa.
El yacimiento de Dmanisi está en Georgia, a unos 85 km al
suroeste de la capital georgiana, Tiflis; y muy cerca de la
frontera con Turquía. Era el 24 de septiembre de 1991 y la
campaña de aquel año estaba concluyendo. Un
estudiante alemán, Antje Justus se aplicaba con esmero y
cuidado en su parcela cuando apareció una mandíbula
humana, D-211. Leo Gabunia y Abesalom Vekua procedieron a su
estudio y pudieron determinar que pertenecía a un individuo
adulto con una antigüedad superior al millón
setecientos mil años. Algo realmente asombroso. Humanos en
las estribaciones meridionales del Cáucaso hacía casi
1,8 Ma. ¿De dónde procedían?
¿Cómo habían llegado hasta allí?
¿Quiénes eran? Estas y otras eran preguntas que no
dejaban de dar vueltas en las cabezas de sus descubridores.
Por aquellas fechas habían un debate entre los
partidarios de la Long chronology y los de la Short
chronology. Es decir: entre quienes propugnaban que Europa
había sido poblada desde hacía más de un
millón de años y los que sostenían que los
primeros europeos no debían tener mas de medio millón
de años. La duda se disipó con el descubrimiento de
Homo antecesor en Atapuerca (780.000 años) y con la
confirmación, en 1999, por parte del geocronólogo
Carl Swisher de que la toba volcánica en la que se
había encontrado la mandíbula de Dmanisi tenía
1,8 Ma., de modo que la mandíbula estaría muy cerca
de esa fecha.
El 31 de mayo de 1999, en el nivel V, se encontró el
primer cráneo humano de Dmanisi (D-2.280). El 22 de julio
apareció el segundo (D-2.282). Lo primero que
sorprendió fue su reducida capacidad craneana: 780 cc. para
el primero y 650 cc. para el segundo, algo que daba por tierra con
la idea de que los primeros humanos que salieron de Africa estaban
provistos de un cerebro voluminoso. Concretamente D-2.282, con sus
650 cc. estaba netamente por debajo de los umbrales inferiores de
Homo ergaster y de lleno en medio del rango de Homo
habilis.
El 26 de septiembre del año 2000, y cuando la
campaña ya había acabado, Gocha Kiladze vuelve al
yacimiento para acompañar a David Lordkipanidze, Henry de
Lumley y Christophe Falguères para tomar unas muestras de
las cenizas volcánicas del nivel VI. No acuden al mismo
sector en el que habían trabajado en verano, pues
está sellado, sino que lo hacen en un corte próximo a
él, a 13m.. Allí aparecerá la segunda
mandíbula, D-2.600. El 24 de agosto de 2001 encuentran el
tercer cráneo: D-2.700. Su capacidad es todavía
más pequeña que la de los dos anteriores: 600 cc. A
finales de agosto de 2002 Slava Ediberidze encuentra un cuarto
cráneo: D-3.444, que también tiene una capacidad
endocraneal muy baja: 650 cc.
Pero Dmanisi guardaba otra gran sorpresa. La depararía la
cuarta mandíbula hallada en agosto de 2003: ¡No
tenía dientes! Pertenece a un adulto que los había
perdido muchos años antes de morir. ¿Cómo pudo
sobrevivir? Indudablemente gracias al cuidado de los demás
miembros del grupo que, incluso, es muy probable que le masticaran
los alimentos para que pudiera tragarlos. De confirmarse que los
humanos de Dmanisi habían cuidado a este anciano
estaríamos ante el acto de solidaridad humana más
antiguo conocido hasta la fecha.
Debido al tamaño de los cráneos y algunas de las
características físicas tan arcaicas que presentaban
se decidió englobarlos en una nueva especie: Homo
georgicus 45
, intermedia entre Homo habilis y Homo
ergaster/erectus 46 . Dmanisi es un yacimiento en el
que se está realizando un trabajo de investigación en
un área de cien metros cuadrados, pero se supone que tiene
una riqueza potencial de once mil metros cuadrados (¡cien
veces más de lo que se ha trabajado hasta la fecha!). No es
de extrañar, pues, que Dmanisi sea un yacimiento del que
debamos estar muy atentos, pues, con toda seguridad, aún
guarda grandes sorpresas por descubrir.
4.6.- Nuestros antepasados directos
más antiguos I. Homo sapiens idaltu.
Siempre ha sido un gran enigma saber cuáles fueron
nuestros antepasados directos más antiguos. A finales de la
década de los sesenta del siglo XIX se suponía que,
con sus poco más de treinta mil años, eran los
cromañones. Pero en los años treinta del siglo XX se
descubrió en Israel (cueva de Mugharet et-Skhul o en la
cueva de Djebel Qafzeh) restos de humanos anatómicamente
modernos (morfológicamente similares a nosotros aunque con
ligeros rasgos arcaicos) con 90.000 años de antigüedad.
Los estudios genéticos que se irían desarrollando
durante la década de los ochenta acabaron por sugerir que
nuestro origen estaba en África y que debía tener
entre 150.000 y 200.000 años. Aunque hubo una fuerte
polémica los numerosísimos estudios que se hicieron
durante los noventa no dejaban de confirmar estos datos. Pero no
había pruebas físicas. Finalmente, en el 2003, se
darían a conocer.
En efecto, el 12 de junio de 2003 el inefable Tim D. White
anunció que su equipo había descubierto (en 1997) en
la localidad Etíope de Herto (en el curso medio del
río Awash) 47 los restos humanos de Homo sapiens
más antiguos conocidos hasta la fecha. White los ha asignado
a una subespecie de nuestro género: Homo sapiens
idaltu. Este último nombre significa
“anciano” en amhárico, una lengua de origen
semítico hablada en el norte y el centro de Etiopía.
Los restos tienen entre 155.000 y 160.000 años 48 , y son, por tanto
más antiguos que los encontrados en la desembocadura del
río Klasies (Klasies river Mouth, en Sudáfrica), y
que podrían tener un edad máxima de 120.000
años.
Una de las características más espectaculares de
estos restos fósiles es que mostraban haber sido sometidos a
canibalismo de carácter ritual. De confirmarse este dato
estaríamos ante el comportamiento simbólico
más antiguo que se conozca hasta la fecha.
4.8.- Nuestros antepasados directos
más antiguos II. Los cráneos de Omo Kibish.
Un año y medio después del anuncio de la
existencia de los fósiles de Herto saltó a la
palestra una nueva noticia sobre quiénes podrían ser
los fósiles de humanos de nuestra especie más
antiguos.
En 1967 un equipo de investigación dirigido por un joven
Richard Leakey (el mismo que lideraba el equipo que encontró
el esqueleto del Niño de Nariokotome o Turkana Boy)
halló dos cráneos de Homo sapiens en la
Formación Kibish a orillas del río Omo, en
Etiopía (y situada unos centenares de kilómetros al
sur de Herto).
Pronto surgieron dos problemas relacionados con estos
cráneos. Por una parte, Omo I presentaba rasgos notoriamente
más modernos; y, por otro lado, estaba la cuestión de
la datación. Primero se supuso que tenían unos
130.000 años de antigüedad, algo de por sí ya
muy notorio. Posteriormente se afirmó que podrían
tener hasta 160.000 (la misma antigüedad que los restos de
Herto). Pero en febrero de 2005 Ian McDougall (de la Universidad
Nacional de Australia, en Canberra), Francis Brown (de la
Universidad de Utah) y John Fleagle (de la Universidad de Stony
Brook, en Nueva York) publicaron un artículo en la revista
Nature 49 en el
que afirmaban que la nueva datación de los dos
cráneos (técnicamente conocidos como Omo I y Omo II,
y de constitución anatómicamente moderna) les
atribuye una edad de 195.000 años.
Para hacer esta nueva datación el equipo de McDougall se
desplazó hasta el mismo lugar en el que fueron hallados los
cráneos para recoger rocas sobre las cuales habían
estado depositados los restos fósiles. La fortuna les
sonrió y, además, encontraron también un
fémur de sapiens. El análisis de estos
testimonios geológicos, usando distintos métodos de
datación, llevó a estos investigadores a sostener que
la antigüedad de estos restos humanos anatómicamente
modernos puede ser perfectamente de 195.000 años. De este
modo serían los restos humanos más antiguos de
miembros de nuestra especie. No obstante, los propios autores de
esta investigación reconocen que existe la posibilidad de
que los restos fósiles tengan una antigüedad de 104.000
años, aunque creen que la fecha más alta es la
más probable.
De confirmarse la "cronología larga" para estos restos,
se corroboraría la hipótesis de que el origen de
nuestra especie se encuentra en África (hipótesis
"Out of Africa"); lo que concordaría también con la
inmensa mayoría de los datos proporcionados por la
genética, que afirman que nuestra especie se originó
en aquel continente hace entre 150.000 y 200.000 años. Lo
que ya no está tan claro es la opinión de Francis
Brown según la cual la conducta humana moderna
apareció hace 50.000 años. Los datos aportados por
Henshelwood, en Sudáfrica (Blombos Cave y Klasies River
Mouth, por ejemplo) parecen testimoniar la existencia signos claros
de conducta humana moderna, expresada a través de los
elementos culturales que nos han llegado en el registro
arqueológico, desde hace, por lo menos, uso 80.000
años 50
.
4.9.- El pequeño humano de la Isla de
Flores.
A finales de octubre del año 2004, Mike Morwood y Peter
Brown daban a conocer al mundo la existencia de una nueva especie
humana: Homo floresiensis 51. La noticia causó una gran
admiración en el campo de la paleontología humana y
fue catalogada por la revista Science como el descubrimiento
del año. Se trataba de un homínido con poco
más de un metro de altura y un cerebro asombrosamente
pequeño (entonces se le calculaba un volumen endocraneal de
380 cc., similar al de un chimpancé). Se le atribuía
la fabricación de herramientas del tipo musteriense (el
mismo que habían utilizado los neandertales y los sapiens de
hace más de 50.000 años). Según Morwood y
Brown descendería de Homo erectus y habría
evolucionado hacia su peculiar morfología debido al
aislamiento geográfico, extinguiéndose hace unos
18.000 años.
Después de una viva polémica, sus descubridores,
en colaboración con la paleoantropóloga Dean Falk y
el radiólogo Charles Hildebolt, publicaron los resultados de
su estudio del cráneo LB1 (las siglas hacen referencia al
yacimiento en el que fue encontrado: la cueva de Liang Bua) 52. El nuevo volumen que
se le asigna ahora al cerebro es de 417 cc. 53 , dato que le incluye dentro de los
parámetros asignados a los Australopithecus
gráciles, tipo Lucy, de hace 3 millones de años. Sin
embargo lo que más le ha llamado la atención a Falk
ha sido, no tanto el volumen, como la estructura del cerebro: un
tamaño propio de un australopiteco pero con una
estructuración claramente humana. El cerebro no fosiliza,
pero deja unas marcas inequívocas en la pared interna del
cráneo (el endocráneo). El estudio del
endocráneo del homínido de Liang Bua ha revelado que
tenía muy desarrollados los lóbulos temporales (zonas
que en nuestro género están asociadas a la
comprensión del lenguaje, en ellas se hallan el área
de Wernicke y el área de Broca) y el lóbulo frontal
(zona asociada al control de las habilidades racionales y al de la
planificación del futuro). Estos datos permiten especular
con la posibilidad, pues se trata sólo de una
hipótesis, de que Homo floresiensis fuera capaz de
planificar acciones futuras complejas, así como de dominar
alguna forma de lenguaje hablado.
Desde el mismo momento de la presentación de esta nueva
especie humana la polémica en torno a ella ha sido muy viva.
En primer lugar hay investigadores (Collin Groves) que creen que
Homo floresiensis podría haber evolucionado a partir
de Homo habilis, o de alguna otra especie humana, anterior a
Homo erectus, aún no descubierta 54 (posibilidad considerada
por Falk, Morwood, Brown 55 y otros). Desde luego, si esto es
así, se tendría que rescribir por entero la historia
de la evolución de todo el género humano en los dos
últimos millones de años. Otros (Teuko Jacob, por un
lado, y Maciej Henenberg junto con Alan Thorn, por otro) creen que
en realidad estamos ante un sapiens que tuvo problemas en el
crecimiento. La respuesta de los descubridores de Hobbit es
contundente: “Tenemos siete individuos con un cuerpo similar,
con dientes y con proporciones faciales como las del
espécimen de Liang Bua. ¿Cuál es la
posibilidad de qué representen la forma de los humanos
modernos? Ninguna” 56. Gigantes de la paleontología
humana, como Tim D. White y Chris Stringer también discrepan
de la interpretación de Jacob. La controversia ha llegado
incluso hasta la custodia y el acceso a los fósiles. Hasta
marzo de 2005 ahora habían estado en manos de Jacob (decano
de la paleoantropología en Indonesia y que no
pertenecía al equipo investigador) sin que sus descubridores
tuvieran acceso a ellos; sin embargo, muchos de los fósiles,
afortunadamente, vuelven a estar a disposición del equipo
que lo descubrió para su estudio. Desde luego, Homo
floresiensis va a dar mucho de qué hablar en un futuro
inmediato, pues sus restos fosilizados se han convertido, por
diversas razones, en unos auténticos “huesos de la
discordia” 57.
Poco a poco van saliendo a la luz nuevos estudios sobre el
conjunto de restos fósiles de esta nueva especie humana.
Así el 13 de octubre del 2005 Nature publicaba un
artículo firmado por Morwood y Brown, entre otros, en el que
daban a conocer sus últimos descubrimientos en torno a
Homo floresiensis. Se trata de unos restos humanos
pertenecientes a un número mínimo de nueve individuos
que tienen unas características anatómicas similares
a las de los encontrados en 2003. Los fósiles presentan un
conjunto de rasgos distintivos que no se dan entre nuestra especie,
Homo sapiens, los humanos anatómicamente modernos:
cráneos extremadamente pequeños, con una capacidad
endocraneal que no excede los 420 cc. (la misma que se atribuye a
los australopitecos de tipo arcaico, como los afarensis,
cuyo representante más célebre es Lucy, y sólo
ligeramente por encima de la media del volumen cerebral de los
chimpancés, 380cc.). Aunque los rasgos faciales y el
tamaño de los dientes aconseja claramente englobarlo dentro
del género humano. Los huesos del esqueleto postcraneal (es
decir: del cuello para abajo) revelan que la estatura de estos
humanos rondaba el metro de altura.
Hace dos años se encontró (en el sector VII de la
cueva de Liang Bua, en la isla de Flores, Indonesia) parte del
esqueleto, incluido el cráneo, de una hembra (como se
desprende por la forma de la cadera) adulta (el desgaste de los
dientes indica que debió de morir cuando contaba con unos
treinta años), que debía medir poco más de 90
cm., característica por la que se le conoció
popularmente como: Hobbit, en recuerdo de esa tribu de
humanos diminutos que aparece en la saga: El señor de los
anillos; si bien su nombre técnico es: LB1 (es decir: el
espécimen 1 de Liang Bua). Ahora se han encontrado
fósiles que se corresponden a un niño de tres
años de edad y que medía unos 50 cm., y a un adulto
que aún era más bajo que LB1. Entre estos
fósiles se halla una nueva mandíbula perteneciente a
un individuo adulto, y restos postcraneales correspondientes a
varios especímenes, así como los huesos de los brazos
de LB1, que no fueron hallados originalmente en 2003. Sus
descubridores calculan que los fósiles encontrados tienen
una antigüedad que oscila entre los doce mil años
(fecha calculada para su extinción antes de que llegaran los
primeros humanos de nuestra especie a la isla, por lo menos esto es
lo que se supone de momento) y los noventa mil años para los
especímenes más antiguos.
Las conclusiones que sacan Morwood y Brown a partir de los
nuevos hallazgos son contundentes. Las pruebas se acumulan a favor
de la tesis de que estamos ante una nueva especie humana que
logró sobrevivir hasta hace apenas 12.000 años. Los
hombres de Flores eran humanos que no pertenecían a nuestra
especie. El hecho de que todos los huesos encontrados tengan
dimensiones proporcionalmente pequeñas demuestra que
Hobbit, la hembra hallada hace dos años, no era una
mujer enana, sino que estamos ante una especie humana realmente
distinta a la nuestra; y que presenta, como característica
morfológica más relevante una estatura diminuta. Como
es lógico, la duplicación de huesos fósiles
refuerza la idea de que floresiensis se corresponda a una
población de humanos diminutos específicamente
distinta de cualquier otro tipo humano, descartándose
así la posibilidad de que el esqueleto de LB1 se
correspondiera a un individuo afectado por una patología o
que fuera alguna forma anatómicamente aberrante de
sapiens. Entre los nuevos descubrimientos anunciados se
encuentra una tibia que sugiere que el individuo al que
pertenecía no medía más de 106 cm., de momento
el floresiensis más alto encontrado. Además,
el análisis tridimensional del cráneo de LB1 ha
revelado que no tiene la estructura endocraneal de un
microencefálico (enfermedad que se da entre algunas personas
de nuestra especie y que consiste en tener un cerebro anormalmente
pequeño), sino que manifiesta una estructura endocraneal
normal sólo que con dimensiones muy diminutas.
Pero ¿por qué la complexión física
de Homo floresiensis es tan reducida? En el caso de los
animales la explicación es relativamente sencilla: Flores es
una isla no muy grande pequeña, en ella escasean los
recursos alimenticios, de modo que resulta prácticamente
imposible mantener una población de grandes depredadores. En
consecuencia los grandes herbívoros ya no necesitan cuerpos
muy voluminosos como mecanismo de defensa, pues su alto coste
energético haría inviable la supervivencia en
hábitats de escasos recursos. De esta suerte la
selección natural favorece la supervivencia de aquellos
herbívoros que reducen su volumen corporal, con lo que la
especie puede hacer una mejor gestión de los recursos
alimenticios gracias a un mayor aprovechamiento de los mismos,
posibilitando así su viabilidad. Sin embargo, explicar la
reducción del volumen cerebral que ha experimentado
Hobbit es algo mucho más complejo y está menos
documentado en el registro fósil. El paleontólogo
Salvador Moyà, del Institut Miquel Crusafont de Sabadell en
Barcelona, encontró en las Baleares restos fosilizados de
Myotragus, hasta ahora considerado una especie de cabra
balear, pero que estudios recientes relacionan más con las
ovejas y que había reducido el tamaño de su cerebro a
la mitad. En cambio explicar la reducción del volumen
cerebral en los humanos es algo sumamente complejo, ya que se trata
de un depredador (aunque es posible que los leones y las hienas,
que también son depredadores, hayan reducido el volumen de
su cerebro un tercio en el último cuarto de millón de
años). La causa exacta de esa reducción permanece
todavía por desvelarse: ¿Fue, simplemente, debido al
aislamiento geográfico? ¿Hay algún otro motivo
que, de momento, se nos escapa?
Realmente Homo floresiensis plantea toda una serie de
interrogantes que no deja de sorprender a propios y extraños
y que no puede sino, sumirnos en una profunda perplejidad. Sin
lugar a duda eran seres inteligentes, pese a tener un cerebro
ligeramente mayor que el de un chimpancé. Cazaban elefantes
enanos (Stegodon), lagartos gigantes como el Dragón
de Komodo (aún existente y realmente impresionantes con sus
dos metros de longitud y su dieta carnívora) y otros mayores
ya extintos. Dominaban el fuego y fabricaban herramientas
líticas complejas. Sobre este punto se ha cernido un
complejo debate. Para algunos autores, Richard Klein, por ejemplo,
de la Universidad de Standford, las herramientas pudieron no haber
sido hechas por los floresiensis, pues la mayoría de
ellas se encontraron lejos de los restos fósiles de esta
especie. Colin P. Groves, de la Universidad Nacional de Australia,
aduce que los instrumentos líticos hallados en Liang Bua son
demasiado complejos para haberlos fabricado unos humanos con un
cerebro tan diminuto y, probablemente son obra de los
sapiens que habitaron la isla en fechas mucho más
antiguas de las que hasta ahora conocemos. Los miembros del equipo
investigador responden que esto es algo improbable, pues hay
instrumentos líticos que están datados en una
antigüedad que sobrepasa los 90.000 años. Lo más
probable, pues, es que Homo floresiensis fuera el autor de
esas herramientas, y en tal caso no cabría duda de que, como
indica Peter Brown, eran muy listos. Y sin embargo... ¡su
anatomía no difería mucho de la de un australopiteco
de hace tres millones de años!
¿fCuál es el origen de Homo floresiensis?
El tema está muy abierto, pues se plantean muchas
incertidumbres. En un principio sus descubridores eran firmes
partidarios de que los floresiensis eran descendientes de
los Homo erectus, que habrían llegado a lo que hoy es
Java y Sumatra hace 1,8 millones de años (tal como indican
los hallazgos de Modjokerto, Trinil o Solo, y según las
dataciones del geocronólogo Carl Swisher) Si bien entonces
esas islas estaban unidas al continente asiático formando la
Península de Sonda, Flores nunca lo estuvo, siempre se
mantuvo aislada por un brazo de mar que actuaba (relativamente)
como barrera biológica. Dicha separación se conoce
como “Línea de Wallace”. La presencia humana en
Flores se remonta, pues, a más de 800.000 años,
según aduce Morwood; alegando que éso es lo que
indica el hecho de haberse hallado herramientas líticas en
la isla con esa antigüedad. No obstante hay quienes cuestionan
esto argumentando que su morfología no es de origen
antrópico, sino fruto de la acción de agentes
naturales. Aunque lo cierto es que la mayor parte de la comunidad
científica tiende a dar crédito al testimonio de
Morwood y Brown. La pregunta sería entonces:
¿Cómo fue posible que unos humanos lograran navegar
por aguas tan peligrosas hace 800.000 años? ¿Acaso
fueron a parar a Flores por navegación de fortuna? En
cualquier caso este dato forma parte de uno de los muchos enigmas
que quedan por resolver en relación a la presencia humana en
Flores.
Actualmente se barajan tres grandes hipótesis para
explicar el origen de Homo floresiensis. Por un lado cabe la
posibilidad de que sean los descendientes de unos supuestos
erectus que habrían llegado a Flores hace unos
840.000 años (siendo así los posibles autores de las
herramientas halladas en la depresión de Sonda), y que
habrían reducido sus dimensiones corporales como un medio de
adaptación a los escasos recursos de la isla. Esta era la
hipótesis por la que se decantaban hasta ahora los autores
del descubrimiento. Otra posibilidad es que los floresiensis
ya llegaran a la isla con un tamaño significativamente
diminuto, quizás fruto de un proceso de enanismo emprendido
en otras islas. Actualmente es la hipótesis que consideran
más plausible los directores del equipo que lleva a cabo los
trabajos en Liang Bua. Aunque, en este caso, sigue en pie el
interrogante sobre cuál sería la especie a partir de
la cual habrían evolucionado los floresiensis. Sin
embargo, no se puede descartar que estos humanos ya llegaran con
unas dimensiones corporales extremadamente diminutas al sudeste
asiático antes de ocupar isla alguna. En tal caso la
posibilidad de que descendieran directamente de Homo
habilis, o de Homo georgicus, cobra visos de
plausibilidad. No en vano, y tal como ya pudimos ver, desde los
hallazgos de Dmanisi, en el Cáucaso, se ha podido demostrar
que los primeros humanos en abandonar África no fueron los
Homo ergaster (es decir: los llamados Homo erectus
africanos; o, para ser más precisos, los antepasados
africanos del Homo erectus asiático) sino una especie
humana más arcaica y posiblemente derivada de Homo
habilis: los Homo georgicus. Más sorprendente es
la propuesta de Milford Wolpoff, que sugiere que los
floresiensis podrían descender de los
Australopithecus y que incluso estos podrían haber
abandonado África, siendo los artífices de un
éxodo temprano hacia el sudeste asiático 58. Una propuesta tan
arriesgada como ésta debería de basarse en pruebas
empíricas mínimamente sólida (algunos
fósiles que pudieran sugerir algo así) para poder
tener un cierto margen de credibilidad. Sin embargo, no se ha
hallado nada por el estilo, aunque Wolpof sostiene que sí ha
sucedido, sólo que no sabemos verlo, de modo que
fósiles hasta ahora adscritos primero a Meganthropus
y luego a erectus deberían ser reexaminados a la luz
de los nuevos hallazgos para ver si era posible adscribirlos a
Australopithecus. Una propuesta demasiado heterodoxa y que
antes de adquirir cierta credibilidad ha de ver como se agotan las
posibilidades de hipótesis más plausibles y menos
revolucionarias.
El futuro de Homo floresiensis es muy prometedor. Los
hallazgos publicados hacen referencia a fósiles encontrados
en el 2004; sin embargo, desde finales de marzo del 2005 el equipo
de investigación reiniciaba las excavaciones en Liang Bua.
En esa campaña se trabajó en niveles que tienen unos
50.000 años de antigüedad.
¿fHay más hobbits en las islas cercanas a
Flores? ¿Únicamente fue ahí donde se produjo
este extraño experimento de la evolución humana?
¿En las islas que rodean Flores evolucionaron los humanos
hacia especies nuevas que aún nos son desconocidas? Para
intentar dar una respuesta a estas cuestiones M. Morwood se
trasladó a finales de marzo de 2005 hasta la vecina isla de
Lombok, al oeste de la línea de Wallace, para encontrar
posibles lugares de interés en los cuáles poder
iniciar excavaciones futuras. Sin embargo hay otras cuestiones
más próximas que todavía siguen en pie:
¿Por qué se extinguió Homo
floresiensis? ¿Fuimos nosotros los causantes de su
desaparición? ¿Nuestros antepasados interactuaron con
ellos? También se está intentando recuperar ADN de
floresiensis en buen estado para compararlo con el
nuestro.
Este el mes de mayo de este mismo año la polémica
se ha vuelto a recrudecer. Robert D. Martin y su equipo 59 insisten en que
Floresiensis es un humano de nuestra especie que ha sufrido
microcefalia, mientras que Morwood y su equipo no de esgrimir los
argumentos que hemos comentado.
Como puede verse todo lo relacionado con Homo
floresiensis está todavía por resolverse. Pero
tampoco cabe dudas de que Flores (y quién sabe si las islas
de los alrededores) todavía encierra muchas sorpresas que
irán aflorando en los próximos años.
4.10.- Anamensis y el origen de los
australopitecos.
A principios de marzo de 2005 Yohannes Haile-Selassié
anunció que su equipo había hallado restos de
homínidos con 4 millones de años de antigüedad
que ya eran bípedos, pero aún no pueden ser asignados
a ningún género ni a ninguna especie.El
descubrimiento fue dado a conocer en rueda de prensa el 4 de marzo
del 2005. Todavía se han de publicar los estudios de estos
restos. Nature se hizo eco de la noticia en una breve nota firmada
por Rex Dalton 60
.
Lo que sí es seguro es que el equipo de Tim D. White (uno
de los paleoantropólogos de mayor prestigio y fama mundial)
había descubierto nuevos fósiles de anamensis
en la localidad etíope de Assa Isse. Lo anunciaba el trece
de abril en un artículo publicado en Nature 61. Se trata de unos 30
fósiles pertenecientes a un número mínimo de 8
individuos. Los restos has sido encontrados en el yacimiento etiope
de Asa Isse (que significa “Cerro rojo” en lengua afar)
se han asignado al género y a la especie:
Australopithecus anamensis, estimándoles una
antigüedad de entre 4,1 y 4,2 millones de años. Entre
los restos hallado se incluyen dientes (entre los que figura el
mayor canino de homínido descubierto hasta la fecha, su gran
tamaño le aproxima al rango típico de los simios y es
un signo propio de un carácter arcaico, lógico si
tenemos en cuenta que estamos hablando de la especie más
antigua de australopiteco conocida hasta la fecha) parte de un
fémur, algunos huesos de la mano y el pie. Parte de ellos se
encontraron en 1994 y otros aparecieron en diciembre de 2005.
Tal como ya dijimos anteriormente, ya se conocían
ejemplares de anamensis con 4,2 millones de años.
Fueron hallados en Kanapoi y Allia Bay, a ambas orillas de Lago
Turkana (Kenya) por el equipo de Meave Leakey y Allan Walker,
siendo dados a conocer en 1996 (de hecho el primero fósil de
esta especie lo descubrió Brian Patterson en 1964, aunque
entonces no se asignó a ninguna especie concreta de
homínido). Lo sorprendente de los fósiles que han
sido encontrados ahora no es, pues, su antigüedad, sino el
hecho de haber sido hallados casi mil kilómetros al norte de
donde fueron encontrados sus homólogos keniatas, y el haber
aparecido muy cerca (a unos pocos kilómetros de distancia)
de los yacimientos en los que se han encontrado fósiles de
Ardipithecus ramidus (también hallados por el equipo
de White, tal como vimos anteriormente). Aunque el debate sobre el
estatus de homínido de a. ramidus aún sigue
abierto, es muy posible que sí lo sea, de modo que, con sus
4,4 Ma. sería el candidato ideal a ser el antecesor de los
australopitecos anamensis. La proximidad geográfica
juega a favor de esta hipótesis, pero el hecho de tener 4,4
Ma. de antigüedad lo sitúa demasiado cerca de
anamensis en el tiempo. No obstante, el equipo de White
sostiene que podría haberse dado un caso de
“gradualismo puntuado” (en alusión a la
teoría de Gould y Eldredge del equilibrio puntuado,
que sostiene la posibilidad de cambios evolutivos drásticos
en poco tiempo; el gradualismo puntuado afirmaría la
existencia de cambios graduales en un lapso muy corto de tiempo;
ahora bien, si esto es así deberían de hallarse las
formas intermedias entre ramidus y anamensis que, de
momento, están ausentes en el registro fósil). Otra
posibilidad (también planteada por sus descubridores)
sería que los anamensis descendieran de otro
homínido aún desconocido y que los ardipitecos fueran
una rama lateral (y, por lo tanto, no implicada directamente en la
aparición del linaje humano) que llegó a coexistir
con los anamensis. Ambas hipótesis son consistentes
con los datos actualmente existentes y sólo el
descubrimiento de más restos podrá decidir
cuál de las dos alternativas es más plausible.
Por lo que se refiere a la descendencia de anamensis el
consenso entre los científicos es mucho más grande.
Generalmente se le acepta como el antecesor directo de los
Australopithecus afarensis, especie a la que
perteneció la famosa Lucy. Los afarensis son
australopitecos que vivieron entre 3.9 y 3 Ma. y lo hicieron en las
mismas áreas geográficas en las que se han encontrado
los restos de los anamensis, tanto en Etiopía como en
Kenya. De modo que es la primera vez que se ha podido relacionar
estas tres especies —ramidus, anamensis y
afarensis— en una sucesión cronológica en la
misma zona (la región de los Afar en Etiopía). La
proximidad de los nuevos descubrimientos hace crecer la posibilidad
de que anamensis sea el antecesor de afarensis. Este
mismo mes de agosto, en la revista especializada Journal of Human
Evolution, Meave G. Leakey (la descubridora de A.
anamensis), Donald C. Johanson (el descubridor de
Lucy),Yoel Rak y otros publicaban un artículo en el
que planteaban la cuestión de si anamensis era o no
el antepasado directo de afarensis 62 , apostando por ello. Sin embargo Lee
R. Berger, por ejemplo, no ve las cosas tan claras y duda que
anamensis pueda ser, sin más, el antecesor de
afarensis ya que, alega, el cráneo de aquél es
notoriamente más primitivo que el de la especie a la que
pertenece Lucy, los restos del esqueleto postcraneal parecen
ser de un tipo morfológico más moderno, y eso que los
especímenes de anamensis son casi medio millón
de años más antiguos que los de afarensis. De
esta suerte Berger se pregunta: “¿Cómo era
posible que una criatura supuestamente más simiesca en su
morfología craneal que el africanus y el
afarensis y que había vivido al menos medio
millón de años antes, se hallara más avanzada
en términos de evolución anatómica desde el
cuello para abajo?” 63.
4.11.- Genética y evolución
humana.
En estos últimos años se han hecho muchos otros
grandes descubrimientos (como es el caso, por ejemplo, del
hominoideo miocénico: Pierolapithecus catalaunicus
64 ) aparte de
los que hemos citado aquí. Pero no se trata de hacer una
lista exhaustiva de los mismos que, afortunadamente, haría
tremendamente extensa esta exposición. Sin embargo no
queremos acabar sin hacer una mención a la importancia que
han tenido los estudios genéticos en el campo de la
evolución humana realizados en los últimos quince
años. Y deseamos acabar así por varias razones. En
primer lugar porque los estudios genéticos aplicados a la
paleontología humana están resultando ser una de las
grandes herramientas para comprender la evolución humana en
los últimos 150.000 años. En segundo lugar porque
este mismo mes de mayo de 2006 el paleogenetista más famoso
del mundo: Svante Pääbo, ha anunciado que su equipo ha
logrado secuenciar, por vez primera en la historia, ADN nuclear de
neandertal, algo extremadamente dificilísimo y que
dará muchísimo de que hablar en los próximos
años 65.
En tercer lugar porque empezábamos esta conferencia hablando
de los neandertales, de cómo ellos (su descubrimiento)
brindaban la oportunidad de que naciera la ciencia de la
paleontología humana y como ahora, justo cuando se cumplen
los 150 años de su descubrimiento, vuelven a ser
protagonistas gracias a la secuenciación de un fragmento de
su ADN nuclear. De esta forma damos un tono circular a nuestra
exposición. Tono circular que, tal como expondremos en
nuestras conclusiones, en realidad acabará siendo una
espiral ascendente.
Hace ahora 150 años, en agosto de 1856, se
descubrían en Alemania los restos fosilizados de los
primeros seres humanos que acabarían, pocos años
después, siendo reconocidos como los primeros humanos
distintos a nuestra especie. Habían nacido para la ciencia
el Hombre de Neandertal y con él la ciencia de la
evolución humana.
La pregunta que surgió a continuación era
evidente: ¿Podían ser, aquellos seres de
morfología tan primitiva, nuestros antepasados? La
polémica en torno a este punto duró más de un
siglo, basándose exclusivamente en datos procedentes del
registro paleontológico y del arqueológico. En 1997
se incorporaba una nueva y poderosísima herramienta al
debate: la secuenciación de ADN mitocondrial. Las
conclusiones de ese estudio y las de casi todos los que se han
realizado hasta día de hoy son las mismas: casi todos los
análisis genéticos de ADN mitocondrial de neandertal
apuntan a que estos no fueron antepasados directos nuestros. Dicho
con otras palabras: no fueron nuestros hermanos; sino, acaso,
nuestros primos hermanos. Los estudios genéticos de ADN
mitocondrial realizados hasta la fecha sugieren mayoritariamente
que los humanos actuales procedemos de un grupo de humanos que
vivieron en Africa hace entre 150.000 y 200.000 años y que
desde allí se expandieron por el resto del mundo
sustituyendo a las poblaciones de humanos que se encontraban por el
camino (Hipótesis Out of Africa o Arca de Noé),
frente a quienes creen que la humanidad actual ha surgido de la
evolución de las diversas poblaciones que había
antaño esparcidas por el Viejo Continente y por Asia y
Africa (Hipótesis Multiregional o del Candelabro).
En cualquier caso, los multiregionalistas sostenían que
los partidarios del origen africano de todos los humanos actuales
(los africanistas) no podrían presentar como concluyentes
sus hipótesis hasta que se secuencia ADN nuclear de
neandertales (por las razones que veremos más adelante).
Pero este parecer no es reconocido solamente por lo
multiregionalistas (una franca minoría entre los estudiosos
de la evolución humana); los africanistas también lo
admiten. Tal es el caso de Ayala y Cela Conde quienes dicen bien
claramente que: “Sólo el estudio del ADN nuclear de
neandertales hará posible obtener respuestas concluyentes en
este terreno” 66. Escritas en 2001, estas palabras ven hoy
como esto empieza a ser un hecho real.
Pues bien, ese momento ya ha llegado y los resultados confirman,
de momento, que no descendemos de los neandertales. Aunque
todavía, por razones evidentes, no se pueden hacer
afirmaciones definitivas. No vamos a entrar en los pormenores de la
historia reciente de los estudios genéticos de
evolución humana que ha culminado con la
secuenciación de un fragmento de ADN nuclear de neandertal
porque no es el objeto de esta disertación. Pero sí
deberemos resumirla muy brevemente para poder entender el valor y
el significado de la secuenciación de un fragmento de ADN
nuclear de neandertal.
A finales de los ochenta del pasado siglo Wilson, Cann y
Stoneking publicaron 67 un estudio llevado a cabo con ADN
mitocondrial (el ADNmt. se transmite sólo por vía
materna), en el que se sugería que la humanidad actual se
había originado en África a partir de una sola mujer.
Nacía la hipótesis de la Eva africana o Eva
mitocondrial. Estas primeras poblaciones humanas
anatómicamente modernas habrían salido de
África hace unos 80.000 años y se habrían ido
extendiendo por todo el mundo, reemplazando a las poblaciones
autóctonas que se iban encontrando. Los oponentes
sostenían que las poblaciones recién llegadas a una
zona se mezclaban con las aborígenes (neandertales en Europa
y erectus en Asia) hasta dar lugar a los humanos actuales.
Hay que reconocer que sus críticas a los métodos
empleados entonces en los análisis genéticos de
ADNmt. antiguo eran consistentes. Pero durante la década de
los noventa se llevó a cabo un sin fin de estudios, con
métodos cada vez más depurados, que no dejaban de
arrojar datos en favor de la hipótesis del
reemplazamiento.
Fue en 1997 cuando se produjo un gran acontecimiento en este
campo. Un equipo de genetistas dirigido por Svante Pääbo
logró secuenciar, por primera vez, un fragmento de ADNmt.
antiguo de un neandertal que había vivido hacía
45.000 años 68. Se trata del mismo individuo que fue
hallado por unos mineros, en agosto de 1856, en la cueva Feldhofer
del valle de Neander (como pueden ver ya se trata de un viejo amigo
nuestro con el que hemos empezado esta conferencia y con el que
casi la acabaremos), cerca de Düsseldorf, y que sirvió
para dar nombre a la especie: Homo neanderthalensis. El
resultado del estudio de este espécimen, Feldhofer 1,
avalaba también la hipótesis de que los neandertales
y los cromañones pertenecían a especies distintas.
Especialistas como: Ruvolo, Stringer o Ward, reconocían que
aunque no se trataba de una prueba definitiva los resultados
indicaban que era del todo improbable que los neandertales hubieran
contribuido con su acervo genético al de la humanidad
actual. Pero no era suficiente. Se necesitaban más estudios
(en el año 1999 el equipo de Pääbo y Krings
logró secuenciar más ADNmt. de Feldhofer 1, arrojando
las mismas conclusiones 69 ) a poder ser de múltiples
especímenes.
Y... ¡llegaron! En el año 2000 se publicó
70 la
secuenciación de ADNmt. de un niño neandertal
procedente de la cueva caucasiana de Mezmaiskaya. Ese mismo
año se publicó 71 el estudio de más ADNmt.
neandertal; esta vez procedente de un ejemplar croata: Vindija 75.
Las conclusiones fueron las mismas.
Al año siguiente un equipo de científicos
australianos partidarios de la hipótesis multiregional
afirmaron haber secuenciado ADNmt. del Hombre del Lago Mungo (uno
de los primeros sapiens australianos) con una
antigüedad de casi 60.000 años. Como la secuencia que
obtenían era muy diferente de la de los humanos actuales
concluían que la hipótesis del reemplazamiento era
plausible. Sin embargo, el estudio ha caído en desuso por el
rechazo de la comunidad científica hacia el mismo alegando
que no observa ni uno solo de los criterios establecidos para la
autentificación del ADNmt. antiguo propuesto por dicha
comunidad a fin de que este tipo de estudios pueda ser
válido. Cuando todavía no había pasado el
revuelo levantado por el espécimen de Mungo Lake
apareció un nuevo estudio de otro neandertal alemán:
Feldhofer 2. Aunque tampoco era concluyente por las razones de
siempre (la parcialidad de la muestra), los resultados
volvían a sugerir que los neandertales no habían
participado genéticamente en el surgimiento de la humanidad
actual.
En el 2003 hubo una novedad importante. En este caso la
secuenciación de ADNmt. antiguo correspondía, por
primera vez, a dos cromañones, Paglicci 12 y 25, de poco
más de 20.000 años. Como presentaba muchas más
diferencias con las muestras genéticas de los neandertales
que con nosotros, se evidenciaba, una vez más, que era muy
improbable que los neandertales fueran nuestros antecesores
directos. Ahora había ADNmt de cromañones que
sí les relacionaban directamente con nosotros. Aunque las
pruebas morfológicas eran ya abrumadoras desde hacía
más de un siglo.
Al año siguiente se publicaban simultáneamente los
análisis de ADNmt. de cuatro neandertales: el Viejo de la
Chapelle aux Saints (Francia), Engis 2 (Bélgica) y Vindija
77 y 80 (Croacia). La Península Ibérica, uno de los
últimos refugios de los neandertales, también ha
aportado su contribución a este debate. En el año
2005 72 se
hacía pública la secuenciación de un fragmento
de ADNmt. antiguo de un neandertal asturiano procedente de la cueva
de El Sidrón. Dicho análisis también muestra
diferencias significativas con las mismas secuencias de humanos
actuales.
¿fQué se deducía, pues, de todas las
secuencias hechas de ADNmt. antiguo de neandertales y
sapiens? Pues que: “el peso de la evidencia molecular
favorece la hipótesis de un origen africano reciente de los
humanos modernos” 73. Por esto Stoneking y Pakenford concluyen
que: “el análisis directo del ADNmt. de fósiles
de neandertales y de sus contemporáneos, los humanos
anatómicamente modernos de Europa, indica la no
contribución de los neandertales al ADNmt. de los humanos
actuales” 74.
Pese a todas las evidencias que se iban acumulando los
partidarios de la hipótesis multiregional seguían
afirmando que sólo el estudio del ADN nuclear de los
neandertales podría aclarar, en última instancia, las
dudas. En efecto, es ahí donde están los genes que
codifican aspectos básicos del metabolismo, la
fisiología, nuestro aspecto externo, la estructura cerebral,
el sexo, incluso -tal vez- algunos rasgos de la conducta. No cabe
ninguna duda que poder acceder a este caudal de información
supondría un salto cualitativo en los estudios sobre
evolución humana. Pues bien ¿quién ha dado
este paso de gigante? Svante Pääbo y su equipo de
paleogenetistas. El 12 de mayo, durante una conferencia celebrada
en el Cold Spring Harbor Laboratory de Nueva York, Pääbo
anunció que había logrado secuenciar, por primera
vez, ADN nuclear de un neandertal, concretamente un 0’03%
perteneciente a un varón de unos 45.000 años, cuyos
restos habían sido hallados en Vindija.
Hay que precisar que aún no se ha publicado el estudio
definitivo, pero ya se han adelantado algunas conclusiones. En
primer lugar se ha afinado un poco más la fecha de
divergencia de los linajes que conducirían a los
neandertales por un lado y a los humanos anatómicamente
modernos por otro. Antes se suponía que ese momento pudo
haber sido hace unos 600.000 años, pero ahora se cree que
debió ser hace 315.000. En segundo lugar se ha podido
determinar que el cromosoma Y de los neandertales era
sustancialmente diferente del de los chimpancés, algo
normal; pero también del de los humanos modernos; lo que
constituye un nuevo dato más en favor de la idea de que son
una especie distinta a la nuestra.
Otra crítica que recibían los estudios de ADNmt.
antiguo por parte de los multiregionalistas era que se secuenciaban
pequeñas cadenas de ADN. Por este motivo el equipo de
Pääbo está afrontado el ingente reto de descifrar
el genoma neandertal. Tarea que podría estar completada
dentro de diez años. Entre tanto se ha propuesto crear un
banco de ADN antiguo, mitocondrial y nuclear, de sapiens y
neandertales, para ir cotejando las muestras en espera del test
definitivo. Una vez se puedan comparar los genomas de ambas
especies se podrá saber cuáles son los genes
específicos de los humanos anatómicamente modernos,
los de los neandertales y los comunes a ambos y, por consiguientes,
los propios del género humano. De esta suerte podremos saber
cuáles son los genes que sólo están
modificados en los neandertales y con ello podremos aspirar a
conocer cuáles son los que controlaron la morfología
neandertal.
5.- Conclusión
Como pueden ver, la ciencia de la evolución humana tiene,
más o menos un siglo y medio de existencia, si hacemos
coincidir (admitimos que un tanto arbitrariamente, pues es cierto
que se podrían coger otras fechas un poquito más
recientes) su nacimiento con la fecha del descubrimiento de los
fósiles de neandertal de la cueva Feldhofer. De esos ciento
cincuenta años los últimos seis años han visto
tantos descubrimientos espectaculares e importantísimos como
en los 144 años anteriores. Tanto en trascendencia para este
campo de la ciencia como en número.
Estamos objetivamente convencidos que en los próximos
años se producirán nuevos grandes descubrimientos. Y
estén Ustedes atentos a los nombres que han oído
aquí, porque no tengan duda alguna de que el curso Medio del
Río Awash seguirá dando grandes hallazgos, lo mismo
que Atapuerca (este verano, sin ir más lejos, el fabuloso
yacimiento burgalés ha hecho ver la luz nuevos
fósiles de gran importancia), Dmanisi (yacimiento del que ya
dijimos que no se está investigando más que en una
parte muy pequeña de su riqueza potencial ¿qué
pasará cuando se extiendan las excavaciones a otros lugares
del yacimiento? No lo duden, todos los indicios apuntan en una
misma dirección: seguro que aparecerán más
restos humanos), el Lago Turkana o el desierto del Djurab, por
poner algún ejemplo. ¿Y qué decir de la Isla
de Flores? No dejen de mirar hacia allí porque va a ser otro
de los ojos de ese huracán tan apasionante que es la ciencia
de la evolución humana.
Ahora bien. Pese a todos los grandes descubrimientos que se han
hecho estos últimos seis años (y, en general, en el
último siglo y medio), lo cierto es que las grandes
preguntas (aquellas con las que abríamos esta conferencia)
siguen en pie: ¿Cuál fue el primero de los
homínidos que abría el linaje que conduciría
hasta nosotros? ¿Cómo se originó el ser
humano? ¿Cuándo, dónde, y, sobre todo a partir
de que especie de homínido prehumano surgió el
género humano? ¿Quiénes fueron los primeros
seres humanos? Por increíble que les pueda parecer, tampoco
esto está claro y es objeto de un vivo debate.
¿Cómo se originó nuestra especie?
¿Dónde y cuando surgió? ¿A partir de
quién evolucionamos los humanos actuales? Y más
importante todavía: ¿Qué es ser humano?
¿Somos entes exclusivamente materiales? ¿O contamos
con dimensiones espirituales? ¿Cuál es el destino de
cada persona en particular y de la humanidad en general?
Éstas y tantas otras preguntas como estas 75 siguen esperando
“la” respuesta clara y definitiva.
A la ciencia de la evolución humana hay que reconocerle
su grandeza; pues cada día aporta más datos y de
mayor trascendencia, tal como creemos haber podido demostrar a lo
largo de esta exposición, para el conocimiento del
itinerario biológico de nuestra historia evolutiva. Y no
cabe duda de que en los próximos años seguirá
aportando conocimientos de gran importancia, tal como hemos
apuntado anteriormente, para comprender mejor nuestro pasado
evolutivo. Aunque también es cierto que hay preguntas de
carácter científico a las que cada vez se ve
más claro que tal vez no pueda resolver nunca. Luego, en
evolución humana, deberemos de esforzarnos por distinguir
entre nuestra ignorancia coyuntural (y de la que iremos saliendo
progresivamente, a medida que se vayan haciendo nuevos
descubrimientos) de nuestra ignorancia estructural (aquella que se
deriva de la naturalezas del tema en cuestión). Esto ha de
servirle para reconocer, con humildad, sus límites. Es
evidente que sus propios métodos de investigación le
impiden poder responder (ahora y siempre) a algunas de las
cuestiones fundamentales que se plantea todo ser humano en cuanto
tal; por ello cabe distinguir entre el evolucionismo como
teoría científica y el uso ideológico que se
hace de algunas de las conclusiones a las que llegan los estudios
en materia de evolución humana. Uso, y abuso, totalmente
espúreo a la ciencia de la evolución humana en
sí misma. Pero el hecho de que la ciencia de la
evolución humana no las pueda responder nunca no significa
que los humanos renunciemos a plantearnos estas cuestiones
así como a la búsqueda de una respuesta
razonable.
Hay cuestiones científicas relacionadas con la
evolución humana que un día podremos resolver y
conocer su verdad con un altísimo grado de fiabilidad. Hay
otros interrogantes que, aún siendo de naturaleza
científica, quizás nunca podamos conocer con absoluta
claridad. Y, finalmente, hay otras cuestiones relacionadas con el
hombre, y sumamente importantes para nuestras vidas, que por su
propia naturaleza están más allá de lo que la
ciencia de la evolución humana puede dar de sí. De
ahí que nos resulte necesario escuchar a la
metafísica y a la teología para ver qué es lo
que de cierto pueden decirnos a cerca de los interrogantes
fundamentales que inquietan a la conciencia humana.
Según nuestra opinión, a la
paleoantropología hay que recordarle que no puede contestar
a todas las preguntas que se plantea el ser humano, y por ello no
ha de mirar con desprecio a la metafísica y a la
teología, por el simple hecho de no razonar usando los mismo
métodos. Y a éstas hay que recordarles que ellas no
han de mirar con recelo a la ciencia de la evolución humana
acusándola de materialista. Para ellas es bueno tener muy
presentes los datos y las conclusiones (por muy provisionales que
puedan ser) aportadas por esta ciencia. Así mismo, ellas
deben recordar aquellas palabras que pronunció Juan Pablo II
ante la Academia Pontificia de Ciencias el 22 de octubre de 1996 y
en las que afirmó explícitamente que “la
teoría de la evolución [humana] es más que una
hipótesis” 76.
Los seres humanos necesitamos, pues, la aportación y la
colaboración sincera, respetuosa y honesta de todas las
ramas del saber implicadas en las explicaciones de los
interrogantes más importantes que podemos plantearnos como
humanos acerca de nosotros mismos.
Después de todo lo dicho no me queda más que
agradecerles su presencia e interés por estos temas,
así como su paciencia por escucharme. Le agradezco
también a la Universidad de Navarra el haberme honrado con
su confianza al haberme invitado a dar esta conferencia sobre
evolución humana. Muchas gracias a todos ustedes.
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