Reconstrucción del 'Macrauchenia' descubierto por Charles Darwin. / Peter Schouten
En 1833, Charles Darwin era un geólogo veinteañero a bordo del Beagle
que ignoraba cuánto iba a cambiar su vida. Un día, en Uruguay, compró
por unos peniques un cráneo fósil al que los niños habían cosido a
pedradas. Era una rareza y, por su tamaño, bien podía haber tenido la
talla de un elefante africano. Después encontró un diente que encajaba a
la perfección en la calavera. Para su sorpresa, los incisivos parecían
de una rata gigante. Darwin lo describió como “uno de los animales más
extraños jamás descubiertos” y siguió adelante. Meses después, en
Argentina, halló el fósil de otro mamífero enorme que tenía cuello de
camello y una trompa que recordaba al elefante.
Lo que no pudo hacer fue identificar el origen de aquellos
enormes mamíferos extintos de América. ¿Estaban emparentados con los
elefantes africanos o con las llamas y los roedores americanos? Desde
entonces muchos otros expertos han intentado, sin éxito, responder a
esta pregunta estudiando la extraña morfología de los huesos. “Nadie
tenía ni idea del lugar que ocupan estos animales en la radiación de los
mamíferos”, detalla a Materia Ian Barnes,
investigador del Museo de Historia Natural de Londres. Ahora, gracias a
la ayuda de algunos de los mayores expertos del mundo en rescatar
material biológico de fósiles, Barnes ha conseguido resolver el enigma.
Reconstrucción del 'Toxodon' / Peter Schouten
Barnes y el resto de su equipo han conseguido aislar proteínas de colágeno de restos de ambos animales, conocidos como Toxodon y Macrauchenia. Es una técnica que ya se ha usado con huesos de dinosaurio
y a la que se recurre cuando no se puede extraer ADN debido al
deterioro por el clima o el tiempo. En ambos casos el análisis del
colágeno permite fragmentar esta proteína en sus piezas básicas, los
aminoácidos, compararlas con las de otros animales (un caballo extinto e
hipopótamos y tapires actuales), y dilucidar el origen evolutivo de una
especie.
Los animales descubiertos por Darwin pertenecieron a un
grupo de ungulados primitivos, hermanos de los ungulados actuales como
el rinoceronte, el caballo o el tapir, según el trabajo publicado hoy en Nature
por Barnes y el resto de un equipo internacional de científicos.
Ninguna de las dos especies estaba emparentada con los afroterios,
animales genuinos de África como el elefante o el cerdo hormiguero.
El árbol de la evolución:
El descubrimiento no es solo importante por haber
recuperado proteínas de fósiles que tienen más de 12.000 años y por las
posibilidades que esta técnica abre en el futuro, sino por un
significado que Darwin supo intuir a la perfección. En lugares
diferentes y momentos diferentes, la vida desarrolla y mezcla
adaptaciones similares, como el largo cuello de camello de los Macrauchenia
o los redondeados cuerpos de los manatíes, otros afroterios que a
simple vista podrían confundirse con focas o morsas, pero cuyo pariente
terrestre más cercano es el elefante.
Tras descubrir el Toxodon, Darwin escribió
asombrado: “¡De qué forma tan maravillosa están diferentes órdenes [de
animales] hoy bien separados mezclados en diferentes puntos en la
estructura del Toxodon!”. Según su biógrafo Peter Bowler, lo
visto en estos fósiles fue justo lo que necesitaba para acuñar una de
las ideas claves de su teoría: la evolución no es una escalera que
progresa de menos a más, sino un árbol que se ramifica constantemente.
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